domingo, 29 de diciembre de 2013

«El jardín del Edén», de Ernest Hemingway

                                   «El jardín del Edén», de Ernest Hemingway




Ah...este libro, este libro. Creo que conforme uno va leyendo a Hemingway más le cuesta hablar de éste o aquel libro y cada vez parece más adecuado hablar de Hemingway en éste o aquel libro, o incluso solo de Hemingway. Él en su obra o su obra en él, si acaso hay una clara distinción entre ambos. Aún no lo tengo demasiado claro. 

Lo que sí tengo claro es que es firme y sencillo y directo, y que cada escrito suyo parece un pedazo de sus ideales y principios y recursos. No hay simbolismo (o no uno típico), él no lo quería; hay imágenes, pero imágenes directas y certeras, no interpretativas; hay un querer acercarse a la verdad y escribirla de forma eficaz. Y poco más. Un poco más que resulta todo un mundo de posibilidades. Los posibles del genio.

En un momento dado leemos algo que no puede hacer menos que asentir y detectar al propio autor: La sencillez y la facilidad con que escribió le hizo temer que no tuviera ningún valor. Ten cuidado, se dijo a sí mismo, está muy bien que escribas con sencillez, cuanta más, mejor, pero no empieces a pensar con esa maldita simplicidad. Sé consciente de lo complicado que es y luego exprésalo llanamente. ¿Te imaginas que los días en Grau du Roi fueron sencillos porque has podido describir algo de ellos con sencillez? Eso es, eso es.

Esta novela es inacabada, pero acabada. Es póstuma, y bueno, al margen de otros inconvenientes que eso pueda traer, teóricamente no fue terminada como tal. Pero sí puede verse un desenlace, quizá porque realmente no le hace falta un fin distinto, quizá porque conforme se perfila la narración, la novela se va construyendo y haciendo, y un desenlace concreto y cerrado no le hace verdadera falta. 

Se concentra aquí una pequeña parte del universo al que nos tiene acostumbrados, sobre todo gran parte de su forma, de la forma de proceder. Tres personajes dan vida a la historia: David Bourne, Catherine y Marita. Se va formando un extraño triángulo amoroso donde los cambios y los giros (naturales, formales, cíclicos, asumibles y asumidos) son constantes, aunque todo parece seguir un hilo conductor que guíe el asunto general. Si Hemingway vive y después escribe y describe, aquí sigue haciendo lo mismo aunque quizá haciendo una no-ficción a partir de una ficción sencilla. Así que a partir de ese curioso y atractivo trío asistimos a los vaivenes de ánimo, a las diferentes conductas y caprichos de Catherine, al trabajo constante de David como escritor, a la sensualidad, al desparpajo, al desconcierto. A la persecución de ese elefante que David irá escribiendo y que se irá acoplando a la propia novela, que se irá fundiendo con la narración principal.
Ocaso, agonía y victoria silenciosa, relativa decadencia; y todo con sencillez. Y puede que sea la novela de una relativa confesión. Las inclinaciones de los personajes, las continuas referencias al método de la escritura, la rutina, la incertidumbre. La resistencia de un hombre ante sí mismo y ante dos mujeres hasta cierto punto traicioneras.

Poco me queda a mí que decir de él. No ya de este libro (que también) sino del propio Hemingway. Me encanta. Asumo de todos modos que a veces, o para según quién, esa lectura puede resultar árida o poco cómoda, qué sé yo. Pero asumo aún mejor que una vez superado ese ¿obstáculo? o hecho partícipe de la propia narración, resulta del todo absorbente y admirable. Hace fácil lo difícil, cercano lo que a cualquiera podría parecerle hasta inalcanzable.

jueves, 26 de diciembre de 2013

«La muerte y otras sorpresas», de Mario Benedetti

                             «La muerte y otras sorpresas», de Mario Benedetti



Volver a Benedetti siempre resulta un soplo de aire fresco, bajar la guardia y dejar que el uruguayo proceda sin grandes impedimentos, porque siempre lo logra, y muy pocas veces uno lo ve flaquear. Si en narrativa y en poesía resulta genial, con relatos cortos no baja el nivel. Él crea, o quizá recrea una matizada realidad a base de habilidosas y extensas imágenes donde es el lector (al menos en parte) quien pone el techo, quien pone el límite a la profundidad de esa poderosa narrativa.

Sumido en ese afán que tengo a veces de descubrir al escritor detrás de su escrito, no puedo evitar señalar algunas cosas, y así, por ejemplo, en el relato Musak, leemos: Yo me manejo con metáforas. No pongo el hecho escueto, sino la imagen sugeridora. Te doy un ejemplo. Si un tipo le da a otro cinco puñaladas, yo no escribo como cualquier cronista sin vuelo: «El sujeto le propinó cinco puñaladas». Eso es demasiado fácil. Yo escribo: «Aquel prójimo le abrió tres surcos de sangre». ¿Captas la diferencia? No sólo le añado belleza descriptiva sino que además le rebajo dos puñaladas, porque, paradójicamente, así queda más dramático, más humano. Un tipo que da cinco puñaladas es un sádico, un monstruo, pero uno que sólo asesta tres es alguien que tiene un límite, es alguien que siente el aguijón de la conciencia.
Pues algo así, salvando las distancias. Y además da gusto verlo moverse en casi cualquier ámbito, en casi cualquier contexto, y que todos ellos pueda hacerlos suyos. Tenemos la muerte vista en clave humorística, si acaso resignada o como sable que vuela y que se sabe que, inevitablemente, caerá (qué emoción). La tenemos como ciclo. Tenemos (re)encuentro, relatos que parecen perderse pero que sólo giran para volver a su inicio o a un inicio renovado y probablemente irrecuperable, conciencias cruzadas y a veces olvidadas. Y el tiempo. El tiempo que pasa sin importar nada ni nadie más, pero que a veces incluso ofrece una prórroga.

En fin. Si en las novelas Benedetti parece atenerse de alguna manera a la realidad, escribiendo relatos cortos se permite licencias que incluso podrían considerarse de tipo fantástico o de ensueño, como si se viera atrapado él mismo en otra dimensión. Y esto, combinado con su maestría a la hora de expresar, resulta altamente curioso. Aquí (como en El porvenir de mi pasado), además de recrear o descubrir, se atreve a inventar. Y le sale muy bien.

lunes, 23 de diciembre de 2013

«La pista de hielo», de Roberto Bolaño

                                        «La pista de hielo», de Roberto Bolaño



Un asesinato que se nos va anunciando y al que más tarde llegamos. Tres caminos que tienden a cruzarse, tres destinos y uno sólo, tres historias diferentes y una común. Un camping, unas pasiones, un palacio, unos lugares desconocidos, odios e intereses varios. Los testimonios de tres personajes que van contando su propia versión de lo ocurrido, o su propio relato, de forma que —como si fuera irremediable— se dirigen a un desenlace intrincado cuyas ansiadas preguntas forman parte de la solución; y todo en torno a la pista de hielo y (quizá) a Nuria, patinadora olímpica y mujer enigmática y atractiva. 
Y una obsesión, sí, eso puede ser, una obsesión que sobrevuela los discursos de los tres personajes en cuestión y los va condicionando para que hagan lo que hacen y piensen como piensan. 

Personajes que a ratos parecen estar perdidos, o nerviosos por encontrarse, sin terminar de saber (ni ellos ni nosotros) si lo logran o no. 
Ese bicho y yo no nos parecemos, dijo Caridad con voz soñadora. Somos extranjeros en nuestro propio país. Hubiera querido decirle que se equivocaba, que allí al único a quien podían aplicarle la ley de extranjería era a mí, pero no abrí la boca. La cogí suavemente de la cintura y esperé. Caridad, pensé, era extranjera para Dios, para la policía, para sí misma, pero no para mí.

La relativa sencillez de la escritura hace que no sea muy ambiciosa, pero que, dentro de esa sencillez, se cree un marco de un interés notable. Así y todo, uno no puede dejar de pensar que esto pueda ser solo una pincelada de lo que el tipo es capaz de hacer (y así es).
La narración atrapa. Las ilusiones (que, como buenas ilusiones, muchas veces se rompen o igual ya desde su inicio se nos anuncian rotas) forman gran parte de la novela, también las voces que se cruzan y superponen, el misterio, el amor nauseabundo, el humor irónico, los razonamientos lógicos de los individuos, y en fin, la suerte de imágenes palpables que impregnan el ambiente que se va erigiendo conforme avanza el relato. Quizá un ambiente del que vemos coletazos conforme avanza la lectura:
Todos estamos acostumbrados a morirnos cada cierto tiempo y tan poco a poco que la verdad es que cada día estamos más vivos. Infinitamente viejos e infinitamente vivos.

Parece que Bolaño habla al lector de tú a tú, que es bueno escribiendo (y lo sabe, aunque sea de forma intuitiva o aunque lo sepa pero no lo diga), y parece también que uno se queda con buen sabor de boca después de leerlo.

jueves, 12 de diciembre de 2013

«Hijo de Satanás», de Charles Bukowski

                                      «Hijo de Satanás», de Charles Bukowski




Unos relatos ácidos y de estructura genial conforma esta colección. Bukowski no sobresale por su de sobra conocidas maneras soeces, quedarse ahí es ver sólo una pequeña parte del todo. Destaca la forma de tratar la propia escritura, describiendo a golpes secos y precisos; dirigiendo cada relato hacia un giro que en más de una ocasión hace que el relato deje de ser una cosa y sea completamente otra, desnudando entuertos y problemas o sumergiéndose en ellos totalmente, sin mucho cargo de conciencia. Haciendo fácil y sencillo lo difícil con una fuerza notable, embelleciendo la narración con asuntos a menudo dramáticos o sarcásticos. Así que logra captar la atención y hacer que atendamos al discurrir narrativo perdiéndonos entre alcohol y bares y peleas y sexo y locuras ciegas y miseria. Con este viejo maldito uno desciende hasta sus propios infiernos (o casi) y regresa, pero ya sin ser el de antes. Ahora habiendo visto que también hay inmundicia en lo que parece limpio, o, casi mejor, que sólo hay inmundicia. Que el héroe es casi más antihéroe —y tenemos un boxeador al que recomiendan tirarse o un par de escritores acabados o unos niños poco inocentes o un marido ejemplar que no es tan ejemplar—. Que, aunque la realidad sea cruda y la apariencia una patraña infernal, aún queda ironía y talento para salvarnos de esa rutina.

Al final resulta que el mismo Bukowski es un héroe, aunque sea un héroe maltrecho.

domingo, 8 de diciembre de 2013

«Intento de escapada», de Miguel Ángel Hernández

                              «Intento de escapada», de Miguel Ángel Hernández




La imagen de Bob Flanagan clavando su pene a un tablón de madera. Así, como primer bofetón o descarada instancia al lector a que abra los ojos, arranca la novela y así empieza en todo este asunto la presencia de Marcos, joven estudiante de Bellas Artes que pronto será el asistente de un llamativo artista social, Jacobo Montes, que viene a la ciudad a llevar a cabo una exposición. Helena, la profesora de Marcos, es la que provoca esa conexión y será, aunque sólo sea de alguna manera, la bisagra entre ambos.

Me parece que no puede hablarse de esta novela sin decir eso de que reactiva el debate sobre los límites del arte, entre la barrera entre la estética y la ética. Pero quedarse ahí se me antoja una obviedad demasiado estúpida, porque para quedarse ahí no hace falta leer esta novela, ni tampoco haberla escrito. Entonces de nada servirían las capas superpuestas que pueden adivinarse, de nada servirían las contradicciones ni los giros en las formas de ver la misma obra de Montes ni la metáfora que se hace tan real e intensa como para poder verla de cerca y que deje de ser tan metáfora. Está bien la lectura de la inmigración y todo lo que la acompaña, lo que vemos y no vemos, esa realidad que aparece como fragmentada o difusa, pero hay que arañar un poco más. Y parte de ese arañazo viene dado por la propia novela (aunque permita diferentes lecturas). Es como si las respuestas se fueran dando por sí solas: no hay que especular demasiado, sino mirar bien. 
Se lanza una provocación y acaba por responderse en la propia historia, aun con la salvaguarda de la incógnita, que a su vez forma parte de la respuesta. Y si los límites de diferentes cosas habitan la novela, entonces hay diferentes planos en los que uno puede moverse, y está bien no poder alcanzar, aunque se alargue el brazo, alguno de esos últimos estadios. Incluso, diría, está bien que se vea que el sujeto puede saber e indicar el camino pero luego no recorrerlo; eso es la segunda parte.
En esa línea es destacable el progreso que sigue el protagonista a lo largo de esos meses en los que se sumerge en la obra de Montes. Va experimentando, forjando ese arte, y pasando por un proceso que va desde el deslumbramiento hasta el desencanto más grosero. En ambos casos con una intensidad notable. Ahí hay otro punto de sustento, en esas sensaciones que hacen de motor.

Es cierto que al empezar a leer no tenía demasiadas esperanzas, que la trama parecía no de despegar, daba la impresión de que la acción no llegaba, que todo era muy lineal y el impacto que, había oído, encerraba la novela, no estaba en ningún sitio. Por suerte acaba empiezando la revolución y los engranajes se ponen en marcha y se presentan de forma cruda. Con todo —y no dejan de ser pequeñeces dentro del conjunto— hay elementos que no acaban de convencerme, quizá como el protagonismo que de pronto toma Marcos en todo el embrollo de Montes o algunas escenas que no aportan mucho. 
Supongo que aquí lo bueno —con ese marcado afán de ser una novela y no un ensayo— es que se lanza la obligación de reflexionar, pero no se inclina la balanza totalmente a un lado y, como se dice en el epílogo, parece que siempre cabe la excusa de la ficción literaria. 
Se habla sobre posibles y no sobre verdades de hecho. Se habla de juegos con las acciones.

 Parece evidente que el peso de la novela cae en el fondo y no en la forma, aunque ésta tampoco haga decaer el asunto. Pero aquí lo importante es dar el mazazo, aunque sea (¿podría decirse en un caso así?) como quien no quiere la cosa. Efectuar un disparo —y que se oiga bien fuerte— que haga pensar que aquí pasa algo, aunque ya más tarde se vea qué es lo que pasa. 
Que el lector sea partícipe de lo que se cuenta, pero sin poder atrapar al escritor y teniéndose que atrapar a sí mismo, si acaso es un lector concienzudo.

viernes, 22 de noviembre de 2013

«Papel mojado», de Juan José Millás

                                           «Papel mojado», de Juan José Millás






Con una trama típica de novela negra se nos va ofreciendo un trasfondo que, en una lectura algo más lejana, podamos apreciar como más rico y profundo.
Aunque es cierto que pueda quedar, al final, más relegado de lo que quizá sería deseable, casi por encima del juego del crimen y de las investigaciones se eleva el conflicto interno entre apariencia y realidad, entre lo que uno quiere ser y lo que efectivamente es, entre el amor y el odio y entre la envidia o admiración que surge en esas relaciones. De forma que al final, el hasta cierto punto ingenioso giro (cosa que hace que la novela no sea una más, que le da cierta relevancia a la historia) nos hace estar delante de una metanovela, de una metaescritura que se va urdiendo con un ojo puesto ya en su desenlace.

 Manolo G. Urbina y su amigo Luis Mary son amigos de juventud; ambos quieren ser escritores, o quizá sólo escribir, discuten. El uno concibe al otro como un personaje de novela, el otro considera al primero demasiado común para ser algo de todo eso. Y además, se apellida García. G., firma Manolo en sus artículos periodísticos.
A partir de un encuentro más o menos fortuito, Manolo se ve inmerso en alguna investigación que su amigo trama, aunque todo se verá sacudido muy pronto cuando encuentren colgado a Luis Mary. El primero, entonces, se dedicará a investigar lo que él considera más asesinato que suicidio mientras se van cruzando diversos contactos, antiguas novias, dinero, una viuda indiferente, algunas reflexiones lanzadas casi inocentemente.

En fin, supongo que la mera trama superficial no tiene ninguna relevancia, podría pasar por otra de tantas novelas negras; toda esa trama me llamaría bien poco la atención si no fuera por la otra parte, por ese conflicto lleno de conflictos del que se nutre la historia. Me hubiera gustado más, sí, que el peso de ese otro asunto, de esa metaescritura que comentaba, tuviera más presencia, pero no está mal. Puede pasarse por alto que con unas pocas páginas le dé la vuelta a todo, porque otros elementos anteriores adquieren entonces otro enfoque. Ese es, me parece, el interés de la novela. El asunto policíaco no deja de ser una excusa.
Los diálogos son ágiles, rápidos; hay numerosos toques cómplices, irónicos, ingeniosos; todo es vivo, palpable; el protagonista se va haciendo nuestro, tanto que al final hasta lo compadecemos y le damos un cierto perdón condescendiente.Tomando la novela por lo que es, se pasa un buen rato.

lunes, 18 de noviembre de 2013

«Una novelita lumpen», de Roberto Bolaño

                                     «Una novelita lumpen», de Roberto Bolaño





O relativamente lumpen.
En Roma, a causa de un accidente de tráfico, Bianca y su hermano quedan huérfanos. Entonces la visión de futuro se rompe, si es que antes la había habido; ahora no hay proyecciones, no hay más que el feroz presente. Tienen que buscarse la vida y se topan con que no hay límites y eso precisamente es un gran límite: ahora hay que aprender a vivir. Bianca empieza su particular descenso a los infiernos, aunque luego sea el desengaño, y quizá la frustración (o la indiferencia), lo que encuentre. Vemos que se mueven los cuatro (los dos hermanos y dos amigos del muchacho) entre la necesidad y la desolación, incluso el acercamiento a la locura. 
En este sentido la novela (novelita, que es muy breve) no está nada mal. Pero le falta algo. De alguna manera es como si estuviera hecho el armazón de la historia y faltase desarrollarla, definir la historia e incluso completarla. Es tan rápida (o escueta, según se mire) que uno acaba de leer pensando y qué más
Con todo, está bien. Podía haber sido un fiasco, para entendernos. La escritura funciona con el objetivo que (supongo) quería cumplir, yendo a lo conciso y sin extenderse en detalles variopintos, aunque puede que esto no termine de equilibrar el otro asunto.
Sea como sea, se despacha en un rato sin mayor complicación, puede leerse con soltura.

domingo, 17 de noviembre de 2013

«Lejos de Veracruz», de Enrique Vila-Matas

                                     «Lejos de Veracruz», de Enrique Vila-Matas





No todo el mundo sabe que a Veracruz y a sus playas lejanas no pienso en la vida nunca volver. (...) sé muy bien que la nostalgia de un lugar sólo enriquece mientras se conserva como nostalgia, pero su recuperación significa la muerte.

Enrique Tenorio, el menor de tres hermanos, está acabado. Tiene veintisiete años, pero se siente (¿está?) viejo y acabado y derrotado. Y a este manco en el ocaso de su marchita vida, ya como en un callejón sin salida, no le queda más refugio que la literatura como vía de escape. Toma el relevo de su hermano Antonio (escritor de viajes que nunca ha hecho) y escribe la novela de su vida, en su caso, viajando y viviendo, aunque sea de aquella manera. De pronto vive para escribir, va evocando y escribiendo, vuelve a su mundano presente y también eso conforma su novela, porque al fin y al cabo el pasado regresa y se hace presente, pero quizá sin dejar de ser pasado, un algo irrecuperable.
Escribe su amor-odio hacia el ambiente familiar, hacia sus hermanos: el bueno de Máximo y la figura inalcanzable de Antonio. Escribe también sobre sus amores y desamores desde una perspectiva engañada, casi descreída, frustrada. Sobre el amor que tiene por las tierras lejanas y los viajes, que dan vida. Incluso sobre crímenes que deben quedar enterrados. Y mientras los escribe, los vive, y viceversa. 
Así, como escritor improvisado, casi forzoso, escribe una suerte de mezcla de diario y novela, las desventuras de un héroe roto, el desamparo de un hombre que quiso captar el transcurso de los días, aunque estos le superan. 

Bien, pues como ya me pasara antes, el estilo de Vila-Matas me encanta. Es de un continuo admirable, como si toda la historia se fuera forjando sobre la marcha y no le quedase al lector otra que seguir el hilo de la historia, con interés, esperando a ver qué pasa. Como pega, si puede decirse así, diría que, sobre todo en la primera mitad, se me hizo algo lenta, quizá por ese modo de escritura de ir trabando y destrabando la trama, pero que resulta ser airosa y admirable, una escritura, como digo, muy literaria.
Las palabras casi se hacen palpables, emergen, es literatura sobre literatura, una historia bien urdida, unos personajes que crean su pequeño-gran mundo, que tienen su papel bien definido. Un título nada inocente al que no quitar el ojo de encima.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Liebster Awards

Mi querida Crossthevoid (que dice que me lee aunque yo no me lo crea, pero sí me lo creo) y la dulce Anï  me han lanzado una especie de ¿reto? El caso es que me han nominado para los Liebster Awards o Best Blog Awards, que parecen ser algo así como unas nominaciones entre blogs para fomentar la actividad de (sobre todo) los más pequeños, la conexión entre ellos, para darlos a conocer, etc. Me parece una buena iniciativa y lo agradezco con cariño.
Para seguir la cadena y recibir ese premio hay que mencionar a quien te nominó, seguir su blog, contestar a las once preguntas formuladas y redactar tú otras once para otros once blogs (si puede ser) y poder así seguir con el juego. Ah, y avisar a los nominados, claro. Pues allá vamos.




1. ¿Cuál es lo primero que recuerdas haber leído?
Creo recordar que La isla del tesoro (de Stevenson). Y me costó; no por el libro, sino porque era (y soy) muy perezoso, y me cuesta arrancar con casi todo. Pero acabé disfrutando con la novela. Supongo que le debo alguna que otra cosa.

2. ¿Y lo último?
Lo infraordinario, de Perec. Aquí abajo está la reseña que hice.

3. Un libro que simplemente no hayas podido terminar.
Recientemente, Cuarteto para un solista, de José Luis Sampedro y Olga Lucas. Es muy breve, pero...no.

4. ¿Tiene verdadero sentido un blog hoy, con el auge de las redes sociales?
Creo y espero que sí. Estas tecnologías (del demonio) nos acercan mucho, al menos en algún sentido, y gracias a ellas he ido descubriendo y anotando nuevos libros y autores, leyendo a otros jóvenes, y hasta he visto esta nominación.

5. Si crearas otro blog que no fuese sobre escritura/literatura, ¿de qué hablaría?
Me gusta la fotografía, aunque sé más bien nada sobre ello. Quizá sería eso o no tener blog, mejor.

6. ¿Tu madre (o cualquier pariente cercano que piense que eres muy listo/a y muy guapo/a) lee tu blog? (Y si lo hace, ¿qué opina?)
Me parece que de tanto en tanto mi padre se pasa por aquí, y creo que le gusta, aunque a veces me mire levantando una ceja. 

7. Escribir: ordenador vs papel y bolígrafo.
Siempre me ha gustado más escribir a mano, y si es con pluma parece que las letras pueden ponerse más de tu parte. Con todo, muchas veces acabo escribiendo directamente en el ordenador, quizá sólo tras algún breve apunte a mano, pero prefiero escribir a mano y luego guardarlo en el ordenador.

8. ¿Hay algún libro que no le perdonas al autor por haber escrito antes que tú?
Siendo totalmente estricto, no. Y digo que no por evitar aquello de pensar esto lo podría haber escrito yo una vez que lo has leído, o sencillamente porque puede estar mejor escrito que lo que yo hubiera hecho, supongo. Y siendo muy poco estricto, condenaría a Vila-Matas, y no por un libro en concreto.

9. ¿Escribes siempre en el mismo sitio? ¿Dónde?
Generalmente en mi escritorio, y de forma ocasional en clase o donde salte la idea, aunque a veces caen algunos garabatos (no puedo llamarlos de otra forma) tirado en la cama.

10. ¿Algún texto tuyo por el que sientas más cariño irracional de lo normal?
Apoyándome en eso que dices de irracional, por ahí hay un relato, Filósofo y artista, que siempre me ha gustado. Cualquiera diría que es, más de la cuenta, un pedazo de mí.

11. Por último: ¿POR QUÉ (todo)?
Porque no había nada mejor, intuyo.


Los blogs que nomino para  esto, creo que son los siguientes (ya lo harán si les viene bien):


Si puede ser, pronto nominaré a otros blogs, con otras preguntas diferentes.

Las preguntas para los que cito van aquí:

1.- ¿Qué te llevó a crear el blog?
2.- ¿Se van cumpliendo las expectativas que tenías al crearlo?
3.- ¿Podrías tener un solo libro como tu favorito?
4.- ¿Y una película?
5.- Además de la literatura, ¿alguna otra afición?
6.- ¿Alguna manía que tengas a la hora de ir a escribir?
7.- ¿Forma de salvar el temido "bloqueo" a la hora de escribir?
8.- Tres autores que recomendarías a cualquiera.
9.- ¿Puede ser la literatura una forma cobarde de evasión de la realidad?
10.- ¿Publicitas tu blog en redes sociales?
11.- Y esta pregunta la dejo para decir cualquier cosa que motive a visitar tu blog.


Cumplida mi parte, espero que el proyecto tenga éxito y los pequeños blogs estén mejor comunicados.
Buen fin de semana.

jueves, 7 de noviembre de 2013

«Lo infraordinario», de Georges Perec

                                       «Lo infraordinario», de Georges Perec



Las cosas notables, grandes, el acontecimiento impactante, aquello que es noticia, es lo que parece dar forma a este mundo. Pero no. Realmente son las cosas pequeñas, lo diminuto, y quizá ni eso; no es que sean cosas pequeñas, sino cosas que pasan desapercibidas. Es ese rumor que siempre está ahí, esa nota olvidada, esa descripción que nunca llega a hacerse por ser demasiado obvia, esa observación que tampoco llega a realizarse porque no la vemos. Sin embargo, son ellas las que sustentan otras mayores, sin que esas tengan que ser más importantes. Pero no se trata aquí, o no del todo, de ese sentido artístico y algo manido de simplemente disfrutar de pequeños detalles. Perec radiografía su entorno, eleva las cosas triviales, proyecta una aguda e inteligentísima mirada a lo infraordinario, y, al captarlo, lo despedaza y lo analiza, ofreciendo un grado de conocimiento y de detalle memorable. De esta forma iniciamos el despegue paseando por la rue Vilin y la vamos conociendo a lo largo del tiempo, vemos las huellas indelebles que sus habitantes y lo ocurrido han ido dejando sobre ella; nos topamos con una serie de notas sin ninguna relevancia, pero con un importante calado; paseamos por Londres mientras éste se hace nada a nuestros pies y cobra encanto al mismo tiempo; leemos el listado de comidas de Perec de todo un año; asistimos al escáner de su lugar de trabajo. Y todo esto hay que vivirlo, haciendo acopio de la capacidad de asombro de la que seamos capaces.
No es que haya que preguntarse acerca de esas cosas comunes, lo que hay que hacer es preguntarle directamente a ellas. Y cuando nos respondan, veremos que viven, sin importar demasiado cuál sea la respuesta. 

Uno puede sentirse hasta cierto punto identificado con el autor cuando le ve decir que los cuatro polos de su escritura son el mundo que me rodea, mi propia historia, el lenguaje, la ficción. Pero luego, con todo, el lector se encuentra con que esos elementos, que podrían ser comunes a otros escritores, no lo son, porque Perec los hace absolutamente suyos.

Vamos viendo pinceladas finas —y nada ingenuas— que van armando poco a poco o mucho a mucho un gran cuadro, una gran obra.
Analiza minuciosamente el espacio y lo que se da en ese espacio, deja entrever unas cosas y arroja otras con fuerza, pero, si no estamos atentos, pasaremos sin advertirlas. No será raro pensar que a este tema y a esta forma va ligada una destreza gramatical considerable.
Así, no es ya tan genial este escritor y esta obra por el tema que aborda, sino también por la forma en que lo hace. Muy seguramente, Perec no sería nada sin su forma.

Éste es de esos librillos que hacen a uno olvidarse por un rato de asuntos como estructuras o engranajes internos y centrarse en lo que se nos transmite, en disfrutarlo en condiciones.

miércoles, 30 de octubre de 2013

«After Dark», de Haruki Murakami

                                          «After Dark», de Haruki Murakami



Pues sí, me estoy aficionando a Murakami, aunque, de tanto en tanto, no quede totalmente satisfecho. Pero creo que ése es, precisamente, el punto que me atrae de él. Si hace poco decía —quizá con cierto atrevimiento— que Murakami está vacío sin estar vacío, cada vez me reafirmo más en esa postura, con convicción (es que las armas de doble filo pueden atraer mucho).

Toda la historia transcurre en una sola noche, en una ciudad que se presenta como un organismo vivo, incluso como un personaje más, y vamos siguiendo los fragmentos al son de la hora marcada en un reloj. La joven Mari ha salido de su casa y está leyendo en un bar con la intención de pasar así toda la noche. Mientras, y desde hace un par de meses, su hermana Eri duerme constantemente tendida en su cama, donde encontramos un televisor desenchufado que nos ofrece la imagen de otra habitación donde, en un principio, vemos a un extraño sentado en una silla. No podemos ver su rostro ni adivinar sus intenciones; una especie de máscara le protege u oculta.
A todo esto, un joven músico y viejo y poco conocido interrumpe a  Mari en el bar y entablan cierta conversación. Más tarde, será la dueña de un love-hotel la que acuda a Mari y siga tejiendo la historia para pasar de nuevo a Takahashi, el músico.
Pasamos, como expectador necesariamente externo, que no interviene para nada y observa todo casi de forma cinematográfica, de una escena a otra: vemos a Mari y a Eri y las escenas del love-hotel y el misterio que se cierne sobre todos ellos.

Parte fundamental en las novelas de Murakami son los personajes, que tienden a tener un cierto encanto, aunque a veces sea más condescendiente que otra cosa. Pero son ellos, al fin y al cabo, los que hacen la historia, y no al revés. Con todo, ese halo de ensueño, mágico, que cubre la novela hace todo fluya algo más rápido, le da ritmo al asunto. Mari y Eri parecen ser completamente diferentes, tanto para ellas como para su familia. Se nos presentan distantes, poco afines, y, sin embargo, parecen terminar uniéndose.

La parte relativamente negativa de After Dark —ese arma de doble filo— puede ser que falten respuestas. Que, a pesar de que haya una intención de dejar cosas abiertas, puedan faltar otras por atar.

Sea como sea, la escritura de Murakami envuelve, arrastra a uno por toda la historia, con agilidad. Hay un espacio para la participación del lector, o puede que sólo sea que el propio lector deba decidir si completar él mismo la historia o dejarla tal como se nos presenta. Supongo que, si Murakami está vacío sin estar vacío, también podría decir que está completo sin estarlo, de alguna manera, sin que esto sea un incoveniente. Y si sumamos la narración ¿hipnótica? que nos lleva en volandas de aquí allá, que nos va picando y manteniendo atentos, nos topamos con un potente Murakami. 
Da qué pensar, ofrece piezas que encajar, y regala esa sensación de lectura resuelta que deja a uno con la mirada en el infinito al terminar la última línea.

domingo, 20 de octubre de 2013

«Tokio blues», de Haruki Murakami

                                           «Tokio blues», de Haruki Murakami



La historia gira en torno a Toru Watanabe, que recuerda, al bajar de un avión y a raíz de Norwegian Wood, sus años de estudiante en Tokio. Creo que eso es lo único claro que puede decirse de esta novela, relativamente. Y me explico. Hay un punto de subjetividad, de intervención del que lee. Ésta es una historia de amor, de muerte, de sexo, de viaje interior, de desengaño y de lucidez y descubrimiento. Uno podría decir que eso no es nada nuevo, y que hay muchas novelas así, y es cierto. Pero Murakami tiene sello propio. Está vacío sin estar vacío. Tiene esa narración embriagadora que envuelve a uno y ofrece la posibilidad, casi forzada, de que el lector tome parte activa en el asunto; al menos, para dar una interpretación o, mejor, significado propio a lo que lee. Es una novela que evoca.

Watanabe tendrá una especial amistad con Kizuki, y, también, con Naoko, la novia de éste. Kizuki morirá joven, a los diecisiete años, y nuestro protagonista empezará a salir (leve, tímidamente, con Naoko). Pero las cosas cambiarán no mucho más tarde. Watanabe está en una residencia de estudiantes y allí conoce a otra gente (no mucha, sólo algunas personas señaladas que le marcarán de algún modo) y conocerá a Midori y entablará una relación que irá en volandas en el transcurso de la historia.

Me parece que no me desvío mucho si digo que hay cierta similitud entre los personajes o grupos de personajes que se suceden. Es como si unos sustituyeran a otros, pareciéndose en algunas cosas y siendo completamente diferentes (o quizá estando en otra órbita) hasta que todo acabe. Hasta que Watanabe acabe sin acabar, como el estilo del propio Murakami. Lo bueno es que se hace palpable, cercana, que uno se familiariza con los personajes y las situaciones, e incluso se compadece de ellos en momentos clave, incluso cuando puede adivinarse la trama con éxito, sin que eso le reste poder.

Es bueno leer a Murakami, teniendo en cuenta aquello (ventaja o no, según cada cual) de que es de los autores que enganchan.

domingo, 13 de octubre de 2013

«Un jamón calibre 45», de Carlos Salem

                                    «Un jamón calibre 45», de Carlos Salem



Una novela negra, rápida, con vueltas y recovecos, llena de codazos cómplices, y, sobre todo, divertida.

Sotanovsky (o Salem, já), es un argentino que cae en Madrid y tiene poca cosa, pero cierto arrojo, y cuando uno tiene poco o nada que perder, parece que cobra algo más de valentía. Un tipo le dará las llaves del piso de una tal Noelia, mujer ésta que será la que haga girar toda la trama de forma inevitable; la que haga que, incluso, la trama se rompa.

Nuestro protagonista pronto se verá envuelto en un enredo considerable, amenazado por un tipo imponente llamado El Muerto y seguido de cerca por un tipo bien grande y bien estúpido, con un plazo menor de lo que querría para encontrar un dinero perdido y entregárselo, para encontrar su propio rumbo, para huir y regresar, para tomar decisiones tirando una moneda al aire y que de poco sirva, para saldar cuentas con alguna mujer incendiaria, para dar lugar a ramalazos de esa filosofía de primera línea de guerra (cuando las balas están cerca). Hasta para darle su toque poético y espontáneo y canalla.
Termina por ir cuadrando una trama bastante redonda y bien definida, donde las piezas van cayendo cada una en su sitio (aunque, para algunos inquietos, pueda quedar algún cabo relativamente suelto).
Como pega, podría decir que algunos pasajes no son necesarios, no estrictamente necesarios. Podría prescindirse de ellos y la novela no perdería, pero ¿a quién no le gusta recrearse un poco cuando las cosas se hacen bien? Ya juzgará cada lector.

Salem resulta ser muchas veces una luz entre ciertas tinieblas: tiene un estilo muy fresco, muy vivo, con nervio, risueño, dentro de lo que cabe. Y el ritmo, sí, Salem lleva el ritmo a su manera, y es otro elemento que favorece a la novela. La forma, en Salem, es, probablemente, más importante que el fondo. 

domingo, 29 de septiembre de 2013

«Dublinesca», de Enrique Vila-Matas

                                        «Dublinesca», de Enrique Vila-Matas



Pertenece a la cada vez ya más rara estirpe de los editores cultos, literarios. Y asiste todos los días conmovido al espectáculo de ver cómo la rama noble de su oficio —editores que todavía leen y a los que les ha atraído siempre la literatura— se va extinguiendo sigilosamente a comienzos de este siglo.

Así arranca esta formidable novela. Riba, editor retirado, antes alcohólico y ahora abstemio, de algún modo frustrado, hikikomori, enclaustrado, sesentón que guarda ciertos vestigios del chico que un día fue —esa relación con sus padres aún se mantiene, aún les debe un periódico informe de sus quehaceres, de sus idas y venidas, de sus planes—, se ve, ahora, sin apoyos y sin esa luz que antes le guiaba. Ya no asiste a congresos, no tiene escritores ansiosos tras él, no puede seguir engrosando ese selecto y personal catálogo, y, además, el ocaso de la Galaxia Gutenberg está demasiado cerca.
Riba —personaje más que persona— tiende a leer su vida como un texto literario. La literatura cobra vida, es real, no tanto ficción, o quizá la realidad sea ficción, y él se guía por sus lecturas y observaciones propias del lector audaz que ha sido siempre.
Necesita celebrar un funeral por esa era Gutenberg que llega a su fin, casi inevitablemente; necesita ir a Dublín, celebrar el Bloomsday, recrear el punto central del Ulysses de Joyce; ofrecer, al fin, un funeral literario por esa era que tuvo en su seno a los más grandes escritores con Joyce como cúspide y que ahora está acabada. Ya no quedan genios.
Para ese viaje iniciático va a contar con unos amigos escritores que presenciarán con él el ritual, que le acompañarán en Dublín mientras Riba le da vueltas a esa búsqueda del genio escritor que buscó y nunca encontró, que nunca pudo editar.
En Dublín tendrá lugar la consumación de aquel sueño premonitorio que tuvo sobre su recaída con el alcohol, temerá por la prevista reacción de Celia, por su futuro acabado, pensará en Joyce y en Beckett y en la sombra de Spider y en Dublín y en Nueva York como su centro del mundo y en sus padres y en este viaje que puede que acabe sin acabar.
La narración en torno a Riba es adictiva, y uno —no sé si hago esta observación más generalizada de la cuenta— se familiariza con el personaje pronto, fácilmente, lo compadece, pocas veces lo juzga, también se divierte con él y se sume en ese viaje mental que se crea en torno a él, al mundo cíclico que necesita un funeral tras otro, a su mundo.

Bueno, estoy empezando a leer a Vila-Matas (error no haberlo hecho antes) y sospecho que pronto asaltaré buena parte de su obra, si no toda. Es un escritor fresquísimo, de una solidez notable, con una buena carga de referencias y de esa ¿metaliteratura? que a algunos tantos nos gusta; un estilo fluidísimo y diestro, sin dudas. Tremedamente recomendable.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

«Sputnik, mi amor», de Haruki Murakami

                                     «Sputnik, mi amor», de Haruki Murakami



Asunto primero: decir que el punto de apoyo de esta novela es un triángulo romántico o amoroso es, en gran medida, sabotearla.

El narrador (tipo sin nombre, sólo referido como K. en algún momento) se enamora de una mujer que, a su vez, se enamora de otra mujer, aunque quiera, de alguna manera, al primero. Los tres personajes acabarán conectando, pero nunca se verán los tres al mismo tiempo. Todo esto, digamos, puede ser el esquema general y superficial de la novela.

Si arañamos un poco esa superficie encontramos tres personajes envueltos cada uno en su propia historia, en su carrera de fondo, si acaso, siendo protagonistas de su propia película, que interfiere sólo relativamente en la película de los otros personajes. Sumire quiere ser novelista, pero se va encontrando con los (comunes) problemas que salen a flote para quien aspira a escribir; el narrador es un profesor de primaria que desea a Sumire; Myû, la segunda mujer en discordia, es una empresaria madura e interesante que atraerá a Sumire y más tarde conectará con K. Pero ¿qué hay detrás de eso? Un viaje que acaba incompleto, un círculo que quizá acabe sin cerrar, que se debate entre la resignación y la aceptación, y que, una vez superado ese debate, se asume sin más, casi automáticamente, porque hay cosas que son como son. Quizá sea una forma de consuelo buscar explicaciones a lo que ocurre, quizá sea normal hacerlo, pero probablemente dé un poco igual; el mundo va a seguir girando y estos tres personajes van a aceptar la situación e, incluso, no harán preguntas, bien porque puedan responderlas para sí mismos, bien porque no convenga hacerlas, bien porque no puedan. Esos dos mundos (intuitivos o reales, más ficticios o literarios que palpables, quizá) se combinarán para formar el mundo de cada uno de los tres, dejando huella (cómo no); ese mundo de ensueño o fantástico que termina absorbiendo la historia.

En ocasiones la lectura se me ha hecho algo predecible, puede que a veces necesitara más velocidad o qué sé yo, un giro distinto. Cuando pensaba para mis adentros que el tópico o lo convencional se iba a adueñar de la historia, Murakami alargaba un fino cabo para dejar una separación, una distancia (aunque a veces sea eso, un fino cabo). Pero es verdad que aquello (los giros, el final tan abierto como cerrado, las relaciones, la distancia) es parte de lo que le da cierto encanto a la novela, aunque uno quisiera otro rumbo u otra forma. El estilo es fluido, sin grandes obstáculos, y el conjunto sale adelante con facilidad. El japonés presenta un hablar y decir propios, con una nota personal en la narración, cosa que se agradece y ayuda a etiquetarlo como un buen escritor, como un escritor al que seguir de cerca.

domingo, 22 de septiembre de 2013

«Dublineses», de James Joyce

                                             «Dublineses», de James Joyce



Aaaahá. Un conjunto de relatos ambientados en Dublín donde Joyce recrea la vida, digamos, más de a pie, más humana, de esos protagonistas; personajes que se muestran como niños o jóvenes en los primeros relatos y con más edad conforme avanza el libro. En este sentido supongo que podría decirse que aunque los relatos sean independientes, guardan entre sí una unión implícita al conformar todos ellos un descenso a los infiernos de esos personajes (quizá esto sea más notable en los relatos posteriores) y esas vidas que se nos muestran bien palpables, naturales, llanas, con sus vicios y virtudes, pero probablemente con más vicios que otra cosa.

La lectura es agradable, bastante agradable, de hecho. Se combina el costumbrismo al que hago referencia con notas quizá risueñas, otras irónicas, seguramente mordaces según la lectura que se haga, todo de forma directa y con el objetivo de plasmar esas historias como si pudieran salir de las páginas y hacerse verdad material ante el lector.

Y es que los personajes de los primeros relatos bien podrían ser los de los últimos y viceversa; juntos forman un todo que nutre el libro más allá del poder de cada elemento por separado, sin que por esto cada uno pierda su fuerza.

Un estilo muchas veces soberbio, y una audacia que a más de uno hará pegar los ojos con ahínco a estos quince relatos hasta acabarlos.

jueves, 19 de septiembre de 2013

«La vida es sueño», de Calderón de la Barca

                                  «La vida es sueño», de Calderón de la Barca



Obra clásica por excelencia, archiconocida, escenario de un tema clave y objeto de cierta controversia: la libertad frente al destino.

Al nacer Segismundo murió su madre, y su padre, el rey Basilio, lo encierra tras leer en las estrellas que su hijo sería un tirano. 
De pronto, y entre los versos magistrales de Calderón, nos vemos metidos en varios problemas que a menudo dan lugar a debates varios; Segismundo es encerrado antes de cometer delito alguno porque así Basilio lo creyó conveniente (¿qué delito cometí contra vosotros, naciendo?, dirá Segismundo), ¿con qué potestad priva Basilio a su hijo de la libertad?, ¿es posible conciliar de algún modo el libre albedrío con esa ¿agobiante? predestinación?

Basilio, dudando ya del cielo, decide dar una oportunidad a su hijo y ponerlo en libertad por ver si no se comporta como parece estar escrito; Segismundo, entonces, mata a un hombre y arroja amenazas con fiero carácter. Esto, sin embargo, no viene a confirmar el pensamiento de Basilio. Más tarde se verá que el pueblo viene a liberar al preso y éste restablece el orden con las armas. Para ver ese cambio veremos las (poderosamente recreadas) observaciones de Segismundo sobre la realidad el sueño, la realidad o la ficción, las sombras. Segismundo es liberado y no sabe si lo real era su anterior prisión o esta libertad, incluso, si acaso, si existe esa realidad, si debe comportarse de acuerdo a ciertos patrones responsables.

Es ésta una historia de engranaje exquisito, que va haciendo avanzar paso a paso cada subtrama hasta cerrarlas junto con la trama principal, mientras se suceden versos y golpes para no olvidar, para sacar de esas páginas y tenerlos tan presentes como lo es la obra, pues, publicada en 1635, es una obra vivísima y de actualidad.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

«La casa de Bernarda Alba», de Federico García Lorca

                          «La casa de Bernarda Alba», de Federico García Lorca




Memorable obra trágica; tres actos; una casa que encarna el luto más cerrado y ostentoso junto con las ansias de romper con ello y algunas reacciones encontradas.

Bernarda queda viuda, y debe guardar el correspondiente y riguroso luto, guardar las apariencias, esa realización del costumbrismo, llevado todo ello por el qué dirán. Como señala el autor, la obra tiene la intención de un documental fotográfico en la España tradicional de principios del XX.

Cada una de las cinco hijas de Bernarda tendrán una personalidad distinta y bien diferenciada en el texto; tenemos, por ejemplo, la figura apasionada y rebelde y desbocada de Adela, que será un buen punto para el desarrollo de la historia. Tenemos el sacrificio en defensa de una libertad que se ve sesgada, sacrificio como oposición a un robo de esa esperanza que brota con fuerza en el individuo.

Es notable el simbolismo con el que juega García Lorca. Hay varios elementos de este tipo, tanto materiales como metafóricos, incluso la propia Bernarda podría ser el más fuerte de ellos, el personaje de más carácter, a su manera, motor de toda la historia (llega a escena e irrumpe con el mismo ¡Silencio! con el que cerrará la obra).

Ésta es de esas obras que nutren a base de bien. Muy recomendable.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

«Mientras agonizo», de William Faulkner

                                    «Mientras agonizo», de William Faulkner



Me encanta, me encanta esta obra y me encanta Faulkner en general.

Addie Bundren es la esposa de Anse Bundren. Cash, Darl, Jewel, Dewey Dell y el joven Vardaman, sos hijos. Y Addie agoniza, se muere a la voz de ya. Cash, frente a la ventana de su madre, sierra la madre con la que construye el ataúd. Vardaman observa o habla y pregunta y experimenta. 

Addie quería ser enterrada en su tierra, Anse así se lo prometió y, una vez muerta, tendrán que llevarla en el ataúd y en la carreta camino de Jefferson y saltando obstáculos varios.

Toda esa historia se irá contando por medio de cada uno de los personas, en forma de cortos capítulos en los que cada cual va contando el asunto. Tenemos diversos puntos de vista, intereses nobles e innobles, impresiones, recuerdos, rechazos, ramalazos de filosofía vital, digamos filosofía de a pie, humana; acabamos viendo que para cada personaje hay una personalidad y una huella bien definida, un carácter particular que les hace obrar de ésta o aquella manera, y acabarán llevando (o sufriendo) eso hasta sus últimas consecuencias. Y vemos a esos personajes pensar y actuar tanto por medio de sus propias palabras como por las de los demás personajes; la propia Addie hablará en un capítulo y desvelará ciertas cosas que irán dando forma a la historia general, y es que en Mientras agonizo cada pequeña pieza va formando un todo, cada punto va armando un cuadro que se va detallando y definiendo y analizando sin querer realmente ser analizado y resolviendo de forma lenta pero inevitable hasta el final; hasta un final extraño, o quizá no tanto, pero sí sorprendente. 

Además, Faulkner va jugando con un simbolismo que acompaña al relato de inicio a fin y que le ofrece mayor calidad, lo enriquece, y el lector se va enganchando a ello y queriendo más, queriendo ver cómo todos esos personajes se fortalecen o se despellejan entre sí y a la vez fortalecen o despellejan la historia en la que están inmersos.

Si hay obras que no pueden pasarse por alto, supongo que ésta es una de ellas.

martes, 3 de septiembre de 2013

«Yo también puedo escribir una jodida historia de amor», de Carlos Salem

            «Yo también puedo escribir una jodida historia de amor», de Carlos Salem



Una colección de relatos de amor, pero de un amor visto bajo la personal mirada de Salem, donde ese sentimiento tiene tintes canallas aunque siga siendo el misterio del que todo el mundo habla. Mantienen cierta tónica entre ellos, cierta similitud, y supongo que gran parte del éxito de muchos de ellos radica en que, dentro de lo que cabe, salgan experiencias personales a las que se les da un toque literario y se hace de esas experiencias un cuento. Sí, eso debe ser.
No puedo decir que todos los relatos me hayan apasionado, los hay más y menos buenos, más y menos flojos, pero muchos de ellos son para releerlos y, en general, el estilo es fresco y vivo, con nervio y ese aire de amante fugitivo que viene a caracterizar a este libro, incluso hay ciertos relatos donde los ejes narrativos hacen a uno reír vilmente.

Recomendable, recomendable.

miércoles, 14 de agosto de 2013

«El oso», de William Faulkner

                                          «El oso», de William Faulkner



Ah...continuo (a veces de una continuidad laberíntica o casi laberíntica, pero rica y elegante y poderosa), fluidísimo, de un entramado de mil hebras que van a un punto concéntrico desde mil direcciones y allí explotan y se coronan. Eh, que me emociono, ya basta.

Old Ben es el gran oso, la bestia, la figura que aguanta y vence a los cazadores año tras año y vive en los bosques que desean los hombres con sus prioridades personales y asuntos familiares y tradicionales que les llevan a cada uno a tener una visión y un objetivo más o menos particular. El fin del viejo oso supone también otro fin; una imagen que se cae pero que no por eso acaba, porque McCaslin no acepta aquello corrupto y roto por la codicia y supongo que, así, Old Ben y el fin del propio Old Ben ganan un peso aún más relevante, un peso que parecía pertenecerle legítimamente y que ni siquiera la muerte se lo arrebata.

El toque personalísimo que Faulkner da a sus líneas nos hará sentir más de una vez algún codazo cómplice, noble o innoble, puede que ambos, y alguna vez abriremos los ojos y sonreiremos con algo de picardía.

Hay que ""tolerar"" la escritura de Faulkner, pero una vez entras en el juego, las reglas te absorben y las compartes y quieres más.

Un relato genial.

martes, 6 de agosto de 2013

«Peter Pan», de James M. Barrie

                                             «Peter Pan», de James M. Barrie



Y quién no conoce esta maravilla. Creo que es, de los cuentos infantiles, el más soñador, el más apasionante.
No sólo la figura de Peter ilumina el relato, sino que cada uno aporta algo, los identificamos con algún grácil resorte que nos lleva a recordar, o a sonreír de aquella manera al verlos hablar y reaccionar y mirar.
Podemos sentir cierta confrontación entre el orgullo y arrogancia del niño con sus virtudes mejor conservadas, el cariño con que Barrie lo retrata sin dejar de mostrar, por eso y hábilmente, la temeridad o arrojo inocente, despiadados, del espíritu del niño.
Si no has soñado con Nunca Jamás ni has observado a Wendy ni has luchado con Garfio ni te has burlado de los piratas  siendo el más astuto, óyeme, no has sido niño; a tu espíritu le falta algo.
La imaginación vuela, y la imaginación no tiene límites si no queremos que los tenga.


jueves, 1 de agosto de 2013

«El gran Gatsby», de F. Scott Fitzgerald

                                         «El gran Gatsby», de F. Scott Fitzgerald


La roca del mundo está fuertemente asentada en las alas de un hada.

América, años 20, Edad del Jazz y del crecimiento y del ensueño.

Gatsby es un nuevo rico, un tipo maravillado por el poderío y las fiestas y la prosperidad que ofrece el fin de la Primera Guerra Mundial, un tipo que ansía algo, y es que en el mundo en que vive todo puede ser posible, o, al menos, en su mundo. Un maldito espejismo.

Parece que Gatsby encarna a esa nueva clase; y, como ella, acaba en un fracaso algo amargo, algo frustrado. Gatsby resurge de la nada, y trae con él una inmoralidad que no superará, con todo, la inmoralidad de las clases realmente altas, las ya asentadas. Gatsby desea conseguir su fortuna con el objetivo de conseguir el amor de Daisy (la muchacha de oro, cuya voz está llena de dinero).  Gatsby desea con todas sus fuerzas regresar al pasado, hacer retroceder las manecillas del reloj y manejar el tiempo y sus circunstancias.

Imagen con un precioso sabor a nostalgia, a sueño (roto), es seguro que nos dejará una media sonrisa arrebatadora.

«Los santos inocentes», de Miguel Delibes

                                     «Los santos inocentes», de Miguel Delibes


Nos situamos en territorio extremeño para adentrarnos en un bello (y trágico) retrato que Delibes logra de una sociedad dividida en terratenientes y campesinos, dueños y sirvientes. Una relación un tanto tradicional hace que este drama refleje el modo de vida, sobre todo, de esos oprimidos. Se suceden episodios cotidianos, del día a día, donde vemos momentos de caza y de interacción con la naturaleza; resulta interesante comparar, también aquí, las formas de ambas clases. Los personajes que se muestran parecen, de tanto en tanto, salir de las páginas y hablar al lector, o, al menos, hacerse ver y oír y sentir, logran que los comprendamos; llegamos, en esta línea, a presenciar un homicidio y aceptarlo y casi apoyarlo; como mínimo, entenderlo y hasta comprenderlo. Nos topamos con ese efecto de algunas obras que consiguen que nos posicionemos con los personajes hasta el punto de justificar con fundamento hechos que en otros serían motivo de condena irreparable.

Hay un grito sordo en favor de la justicia, una justicia que se ve representada de forma bien sensible por esos personajes y esas situaciones, una (in)justicia que fuera de tópicos o alegatos banales, cobra un sentido real y cercano.

No hay guiones de diálogo. Es una forma de ¿innovación? o ¿vanguardia? que logra crear un efecto de relato continuo y tremendamente ligado.

La forma de hacer drama no es aquí un drama directo o sentimentaloide; es un relato realista, donde el drama lo pone el lector, la voz narrativa, los hechos, que hablan por sí solos.

Una obra para no descuidarla.

viernes, 26 de julio de 2013

«Donde el corazón te lleve», de Susanna Tamaro



Una anciana, viendo próximo el fin de su vida, decide escribir una carta (una serie de cartas continuadas) donde habla a su nieta de una forma que, hasta entonces, no había sido posible: sinceramente, desvelando los misterios de su propia vida y la de su hija (así, a su vez, la de la propia nieta). Surge así un último intento, un coletazo casi a la desesperada, de recomponer una relación fracturada y poner un final consolador a la vida de la propia remitente. La expresividad y lo ameno de la lectura hace que las páginas vuelen en nuestras manos. No es una lectura difícil; puede incluso que a ratos dé la sensación de recrearse demasiado en lo mismo o que a veces falte velocidad.  Asumo también que el objetivo del asunto no iba más allá, no peca de aspirar a algo que no alcanza.
Como decía, la lectura corre con fluidez y los detalles, experiencias, recuerdos (nostálgicos, a veces a duros, a veces más tiernos) y la cercanía de la escritura conforman una obra bastante decente.

jueves, 25 de julio de 2013

«El Principito», de Antoine de Saint-Exupéry

                                «El Principito»,de Antoine de Saint-Exupéry




Archiconocido. Parece que hablar de ciertas obras no deja de ser un acercamiento entre tantos otros, y quizá un acercamiento atrevido, alguna observación más o menos acertada, pero no novedosa; y tampoco creo que deba serlo. Así, supongo que dejando unas pocas líneas me quedo satisfecho. Es un libro apto para niños y mayores, o, mejor, casi diría de obligada lectura a diversas edades. Parece un libro infantil por la forma, pero trata temas de la vida, la amistad o de la sociedad, con metáforas y enseñanzas interesantes y de esas que conviene guardar en la mente con fuerza. El relato contiene críticas, a menudo irónicas, al mundo de los "adultos" y a las cosas "importantes", dando una visión de detalles a menudo desapercibidos que harán al lector sonreír como un crío. En esta línea, es una obra que fácilmente puede poner un paréntesis en el planteamiento de vida de cada uno, ayudar a hacer un alto en el camino y reorganizar esos criterios y actos y juicios automáticos y casi predeterminados, ponerlos en tela de juicio y re-pensarlos o re-etiquetarlos.
Sea como fuere, lo bello de muchos libros es que pueden ser interpretados de más una forma, quizá juzgarlos con más o menos seriedad, con más o menos inocencia, e ir contrastando esos enfoques con el paso del tiempo resulta inevitablemente enriquecedor.

«Historia de una escalera», de Buero Vallejo

                                      «Historia de una escalera», de Buero Vallejo


Tenemos la historia de una comunidad de vecinos a lo largo del tiempo, con cierto análisis de la sociedad, de una sociedad española de la postguerra. A lo largo de tres actos y de la mano de unos personajes definidos con precisión, vemos cómo cambian las circunstancias de los vecinos, las situaciones, las relaciones, cuál es el futuro que finalmente parece depararle a cada uno y cómo cada uno de esos factores afecta a jóvenes y adultos y viejos, cómo la comunidad moldea (¿define?) al individuo.

Creo que algo que me atrapa de esta obra es el modo de abordar una temática de este tipo; no se lanza a lo fácil, no hay un drama o por el drama o una exageración artificial y pomposa de las escenas sociales o personales; se trata todo con una habilidad que concuerda bien el análisis que quiere hacerse, que dota a la historia de un realismo muy atractivo.

Supongo que es de las obras que conviene leer varias veces en la vida, para entenderla e interpretarla desde diversos ángulos y asentir de forma cómplice y casi, casi resignada, según se mire.
Amena, entretenida e inquietante, dará qué pensar a más de uno.

Muy, muy recomendable para cualquier lector.

miércoles, 5 de junio de 2013

«París era una fiesta», de Ernest Hemingway

                                    «París era una fiesta», de Ernest Hemingway



Para los más afines a Hemingway probablemente esta novela sea una historia personal, entretenida e instructiva, donde vemos los primeros pasos de un Hemingway joven y voraz en el París de los años veinte, en contacto con Gertrude Stein, Scott Fitzgerald o Ezra Pound.

Su rutina de trabajo, algunos consejos (advertencias, quizá) en cuanto a escritura que nos lanza en el transcurso de la narración, la sucesión de hechos y sus impresiones (narradas de forma muy vital, muy de cerca), sus andanzas por la ciudad y la descripción de personajes, entre otras cosas, nos llevarán por las páginas moviéndonos entre distintos sentimientos, todos ellos, casi con seguridad, bien fuertes.

No es una novela de una trama continuada, o, al menos, no de forma explícita; hay una especie de hilo conductor que dirige el asunto, pero no es primordial. Cada capítulo, cada escena, se parece más a un fogonazo, a alguna anécdota o impresión u ocurrencia, y, en conjunto, forman el todo de la historia. Quizá el cariz ficticio del que Hemingway pretende dotar a la obra sea un mecanismo de salida, una forma de ocultarse o de alterar esas memorias sin riesgo, valiéndose de esa (legítima) justificación para escribir sin muchas ataduras, pero, aún así, seguramente, siendo fiel a su recuerdo.

Seguramente no gustará tanto a quien no haya leído anteriormente a Hemingway o pretenda encontrar una historia con otra forma, pero es, sinceramente, muy recomendable para conocer mejor a este genio y adentrarnos, en la medida de lo posible, en su mundo.

lunes, 27 de mayo de 2013

«Ficciones», de Jorge Luis Borges

                                           «Ficciones», de Jorge Luis Borges



Se me antoja complicado comentar algo sobre este libro y sobre Borges en general sin miedo a vomitar algo pobre o no todo lo justo que querría y que Borges merece.

El libro se divide en dos: El jardín de senderos que se bifurcan y Artificios.

Si hay algo medianamente claro es que no es una lectura sencilla; a ratos se hace difícil y a ratos muy difícil, según nos pille y según qué lectura se haga de estos relatos, pero seguramente esa dificultad sea tanta como el disfrute que nos produce. En general, estos relatos son un reto para el lector, una prueba y quizá también, de vez en cuando, un quedarse en manos de Borges y ver adónde nos lleva, pero manteniendo buena atención y los sentidos (y algo más, si acaso) alerta, para sentir todos los recovecos del argentino, sus idas y venidas y sus juegos intelectuales. Nos zambullimos en páginas cargadas de un torrente de pensamiento enorme y riquísimo, también en algo de metaliteratura, todo bien armado y resulta muy, muy interesante. El infinito, los abismos de la mente, libros y imaginarios, idealismo e increíble lenguaje (con su correspondiente proyección en el pensamiento) de los habitantes de cierto mundo, la reescritura del Quijote (idéntica, pero distinta, al fin y al cabo), el tiempo, la realidad, la cobardía, la religión, la memoria (qué fantástico resulta Ireneo Funes), asuntos de corte policial, misterios sin desvelar y otros temas del estilo son los que pueblan estas páginas que nos harán pasar ratos memorables.

Me parece que es una obra muy poderosa, imprescindible para el lector curioso y con ganas de pensar un poco.

domingo, 26 de mayo de 2013

«Ciento volando de catorce», de Joaquín Sabina

                             «Ciento volando de catorce», de Joaquín Sabina



Y qué decir de Sabina.

En este compendio de sonetos tenemos a un Sabina vivo, tanto como en sus canciones; sonetos irónicos, sinvergüenzas, cargados de metáforas risueñas y de geniales juegos de palabras, dando de vez en cuando esquinazo a una realidad pobre y estancada; finalmente mejorada con las letras. La certeza con la que dispara en muchos de estos versos hacen a uno asentir, en parte por lo real de la situación, en parte por la forma que este tipo le da a todas ellas.

viernes, 24 de mayo de 2013

«Marina», de Carlos Ruiz Zafón


                                            «Marina», de Carlos Ruiz Zafón



Es una novela juvenil, pero muy recomendable para pasar un buen rato. Es amena y de lectura fluida.

Óscar Drai se ve envuelto en una extravagante historia desarrollada en la Barcelona de 1980 que le hizo desaparecer del mundo durante una semana. A su vez, la unión que se crea entre Óscar y Marina resulta interesante.

Años más tarde, Óscar vuelve a la ciudad para enfrentarse a sus recuerdos y miedos.
Personajes entrañables, queridos y con un algo de misterio que hará que nos bebamos esta novela; un ambiente familiar y acogedor; una escritura ágil y sencilla, sin obstáculos, que rueda a su antojo y nos transporta.

lunes, 20 de mayo de 2013

«Báilame el agua», de Daniel Valdés

                                          «Báilame el agua», de Daniel Valdés




Este librillo no está nada mal. Creo que los objetivos que se propone y la forma de abordarlos son aceptables. Quizá habría echado de menos un trasfondo más ¿trascendental?, pero, muy posiblemente, habría chirriado en el contexto de la historia; así que, tal como está, parece quedar bien. 
Es destacable en la historia el tono lírico, el aire a prosa poética que podemos ver a lo largo de la historia, junto con el lenguaje coloquial, la caracterización de unos individuos que, en Madrid, llevan una vida algo rastrera (seguramente a caballo entre el deseo de cambiar y el gusto porque las cosas sean así), el manejo del amor, de las drogas y su entorno, esos jóvenes pugnando por hacerse un sitio en la vida, en su vida. Seguramente el tono descreído que se deja ver sea uno de los ejes que mejor ayuda a que el relato avance con éxito.
Sin ser una novela que pretenda ir más allá de lo que leemos y se deja adivinar sin mucho esfuerzo, resulta un relato vívido y con sabor a una poesía interesante. 

miércoles, 15 de mayo de 2013

«Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo», de Albert Espinosa


«Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo», de Albert Espinosa



Hace un par de días comentaba otro libro —que no estuvo mal, dentro de lo que cabe, pues cumplía sus objetivos— de este mismo autor; creo que ahora viene la parte mala: si Espinosa funcionaba decentemente con el estilo de El mundo amarillo, al querer entrar aquí  de lleno —al menos en este caso— a una novela en sí, siento que el asunto se le escapa de las manos.

El protagonista tiene un extraño don con el que puede radiografiar a otras personas y conocer el momento más feliz y, digamos, el más amargo u horrible de su existencia, acompañados de otros que completan algo así como una gradación de sensaciones y recuerdos. El muchacho trabaja para la policía; tenemos a una chica misteriosa de la que Marcos (así se llama el chico) queda prendado, un extraterrestre, situaciones algo inverosímiles...todo eso no estaría mal si tuviesen un nexo más poderoso o, al menos, un armazón mejor armado.

Que la técnica narrativa no es uno de los puntos fuertes de Espinosa creo que es algo que ya vi en el otro libro que comentaba; el problema es que aquí ha querido entrar en un campo que se sale, pienso yo, de su campo de habilidades, a pesar de que introduce algunos pequeños pasajes más suyos, más vitales, donde se siente cómodo, pero que no tienen que ver con la novela en sí, sino que son meramente accidentales. Esos detalles están bien y él sabe darle un aire propio y ameno, por lo que creo que debería explotar eso y no meterse en camisa de once varas, o al menos no de esta forma. Todo queda un poco en el aire sin una base firme que lo sustente.

El desenlace tampoco ayuda a que el resto del libro cobre algún otro sentido y pueda salvarse.
Leeré más de él para ver cómo se mueve en sus otros libros.

Un saludote.

«El túnel», de Ernesto Sábato


                                              «El túnel», de Ernesto Sábato



Ay, esta novela es genial. Es algo así como la crónica de una muerte que desde el comienzo se nos da a conocer, quizá en ese aspecto concreto pueda recordarnos a la línea que sigue García Márquez en su Crónica de una muerte anunciada; pero son obras bastante diferentes.
El narrador, que es a la vez el asesino, abre su relato de forma directa: Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; (...) 
Es ésta una historia de amor, celos y muerte; la crónica de una paranoia, la de Castel, hombre de un pesimismo y de una misantropía manifiestos; el discurso minucioso, lógico y razonable de un tipo obsesivo y enamorado; una historia de un ritmo que va creciendo en intensidad, que va ganando en tensión y jugando con la psicología del protagonista hasta acabar como sabíamos, pues desde la primera línea se nos anuncia el desenlace.

Castel cree ver en María Iribarne a la única persona que comprende su obra. A raíz de ahí nacerá un impulso que llevará al pintor a perseguirla, a querer hacerla hablar, a desentrañar los misterios que la envuelven y a hacerla suya. Al comienzo del romance, la actitud de Juan Pablo parece cambiar, o quizá podríamos decir que realmente cambia, aunque sea en esos primeros episodios, a causa del efecto que en él produce María. Se ve capaz y dispuesto a mirar a su alrededor con otros ojos, con mirada simpática incluso; esto contrastará con su actitud del final de la novela —actitud que sigue un proceso gradual— donde se volverá de una oscuridad latente.

Si en un principio Castel se creía al margen de la sociedad, o de la gente normal —contando con que ya de por sí sea un tipo solitario, escéptico, de alguna forma incomunicado—, acabará cayendo de bruces y topándose con que todo es más normal de lo que querría, y que, probablemente, el mundo no atiende a las razones que su cabeza enarbola de forma casi científica.
Acabará sumido en un océano negro, que, aún así, deja a juicio o imaginación del lector algunas cosas: quedan ciertos misterios en torno a María y sus silencios, también en torno a Allende (marido de María) y su comportamiento y posterior muerte al final de la obra.

Muy recomendable.

lunes, 13 de mayo de 2013

«El mundo amarillo», de Albert Espinosa


                                      «El mundo amarillo», de Albert Espinosa



Este librito está lleno de vida; así lo considero: un conjunto de experiencias vitales  llenas de forma que se nos muestran de manera que desprenden algo: una casi enseñanza o consejo, una anécdota, un mensaje, una meta, una paradoja y hasta algún punto de vista ante el dolor, el sufrimiento o la muerte.
Albert Espinosa reúne descubrimientos de vida, para el día a día y aplicables a diversos momentos, que extrajo durante el tiempo que estuvo enfermo y que va contando de forma propia, muy particular, juguetona y atractiva.

El mundo amarillo es un mundo fantástico que quiero compartir contigo. Es el mundo de los descubrimientos que hice durante los diez años que estuve enfermo de cáncer. Es curioso, pero la fuerza, la vitalidad y los hallazgos que haces cuando estás enfermo sirven también cuando estás bien, en el día a día. Este libro pretende que conozcas y entres en este mundo especial y diferente; pero, sobre todo, que descubras a los «amarillos». Ellos son el nuevo escalafón de la amistad, esas personas que no son ni amantes ni amigos, esa gente que se cruza en tu vida y que con una sola conversación puede llegar a cambiártela. No te adelanto más: tendrás que leer este libro para poder empezar a encontrar tus «amarillos». Quizás uno de ellos sea yo... El mundo amarillo habla de lo sencillo que es creer en los sueños para que estos se creen. Y es que el creer y el crear están tan sólo a una letra de distancia. ¿Qué esperas a saber quiénes son tus «amarillos»? 
Albert Espinosa

Sin ser un compendio complejo o ambicioso, se hace de una lectura sencilla y entretenida.