Para los más afines a Hemingway probablemente esta novela sea una historia personal, entretenida e instructiva, donde vemos los primeros pasos de un Hemingway joven y voraz en el París de los años veinte, en contacto con Gertrude Stein, Scott Fitzgerald o Ezra Pound.
Su rutina de trabajo, algunos consejos (advertencias, quizá) en cuanto a escritura que nos lanza en el transcurso de la narración, la sucesión de hechos y sus impresiones (narradas de forma muy vital, muy de cerca), sus andanzas por la ciudad y la descripción de personajes, entre otras cosas, nos llevarán por las páginas moviéndonos entre distintos sentimientos, todos ellos, casi con seguridad, bien fuertes.
No es una novela de una trama continuada, o, al menos, no de forma explícita; hay una especie de hilo conductor que dirige el asunto, pero no es primordial. Cada capítulo, cada escena, se parece más a un fogonazo, a alguna anécdota o impresión u ocurrencia, y, en conjunto, forman el todo de la historia. Quizá el cariz ficticio del que Hemingway pretende dotar a la obra sea un mecanismo de salida, una forma de ocultarse o de alterar esas memorias sin riesgo, valiéndose de esa (legítima) justificación para escribir sin muchas ataduras, pero, aún así, seguramente, siendo fiel a su recuerdo.
Seguramente no gustará tanto a quien no haya leído anteriormente a Hemingway o pretenda encontrar una historia con otra forma, pero es, sinceramente, muy recomendable para conocer mejor a este genio y adentrarnos, en la medida de lo posible, en su mundo.
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