domingo, 14 de diciembre de 2014

«Lo que entiendo por soberanía», de Georges Bataille



   Aquí tenemos unas notas introductorias, la primera parte de La soberanía y los dos últimos capítulos de la cuarta parte. Presenta una nueva filosofía de la historia (sociedades de consumición-sociedades de empresa-sociedad moderna, capitalista), una reflexión sobre las dimensiones esenciales de la vida (experiencia) humana. Una confrontación que se hace irresoluble. Antonio Campillo introduce la obra de forma lúcida y asequible, de manera que uno da un paso importante para acercarse a la lectura y a Bataille en general.
   Creo encontrar un motivo principal en el atractivo que presenta Bataille (1897-1962): más que decantarse por una filosofía, más que perseguir una línea concreta, más que asentarse en una disciplina independiente o en un género literario y permanecer ahí, transita por la frontera que las separa, despliega su inteligencia problematizando aspectos que miran un poco más allá, que hurgan entre el saber objetivo y el saber subjetivo, que prefieren avanzar a tientas y con fuerza, desbrozando el camino, aunque finalmente acabe en nada. Habría que situarlo a caballo entre el existencialismo y el estructuralismo, moviéndose con una vida y pensamiento paradójicos que difícilmente puede uno desvincular de sus posteriores planteamientos. Su objetivo está en el propio camino y no en una meta particular; el suyo es un trabajo de búsqueda que vive mientras continúa buscando, como si detenerse en un punto fuera dar por finalizado algo que de ninguna manera acaba ahí. Bataille emprende la búsqueda, a modo de arriesgado juego, con una fuerza de pensamiento inusitada y valiente.
   El pensamiento soberano no depende de ningún fin práctico que pudiera hacerlo servil, no mira a un futuro sino al instante mismo, no teme a la muerte, avanza como si nada pudiera aplacarlo y Bataille lo demuestra mientras trata el asunto. Es ésta una reflexión existencial que parte de la experiencia y que se da en una escritura confesional, a la vez abierta y secreta, conectada con el mundo. Bataille se pone en juego, participa de lo mismo que le pide al lector: exponerse para entablar con él esa comunicación directa. 
   Literatura y arte como comunicación. Trabajo, erotismo, muerte; el movimiento que guía la vida interior. Al fin, destrucción.
   Bataille se mueve entonces en esa tierra de nadie, en esa tensión entre filosofía y literatura, trabajo y fiesta, saber y no-saber. Sostiene que la sociedad no se rige por el principio de utilidad, sino por el de derroche. El deseo queda puesto en suspensión para que pueda darse el trabajo, que humaniza; pero la soberanía se da en la transgresión de esa continuidad, en la transgresión de la ley. Hay un movimiento entre una moral de la cumbre y una moral del ocaso que cualquiera puede sufrir.

   Leer a Bataille supone situarse en esa vía abierta de búsqueda incesante, y supone acercarse a la puesta en marcha de todo un artefacto vivo y feroz que piensa el mundo en unos términos vitales e inclasificables que encuentran precisamente en esa independencia y autonomía su mayor atractivo.

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