domingo, 26 de enero de 2014

«Sostiene Pereira», de Antonio Tabucchi



   Más que una novela, esto es Pereira; un muy bien definido Pereira que va sosteniendo su historia y contándonos tanto con de lo que dice como con lo que calla (más de uno lo imaginaría mirando inocentemente, o casi, como si la cosa no fuera con él, como si el mundo fuera un ente aparte, como si hubiera una separación inevitable Pereira-Mundo). Es periodista, se encarga ahora de la sección cultural del Lisboa, vive en el Portugal de Salazar, 1938, la Guerra Civil Española resonando cerca, Italia como una tormenta que se ve a lo lejos, Alemania como algo que tener en cuenta, más de lo que Pereira lo hace.

   Vive con el afán de redactar necrológicas anticipadas, anclado en su pasado, pensando en la muerte, aunque no de manera obsesiva, quizá sólo como algo que puede venir en cualquier momento. Ahora, por ejemplo. Y en esta línea, contrata a un joven que le ayude con el periódico, un joven que aparentemente se preocupa por la muerte, que ha escrito sobre ella, que puede hacer buenas necrológicas anticipadas. Será él, de una manera distante, quien ejerza cierta influencia en Pereira, quien le haga hacer esto y lo otro (sostener haber hecho o dicho esto y lo otro) como una fuerza sin motor; será también quien, finalmente, lleve a cabo (como decía, de forma distante, puede que irónica) la culminación del proceso que se va dando en Pereira, posiblemente un proceso que va de la desconexión radical e inconsciente a la toma de posición, a abrir los ojos. 
   Y es que Pereira es un personaje formidable, una creación asombrosa; uno lee y parece que todo encajase perfectamente, igual sólo con pequeñísimos detalles que se perdonan sin esfuerzo.

   Es muy interesante, tanto por la forma (continua, ágil, sin diálogos marcados, sólo narrados en un fluir ligero) como por el fondo (Pereira, Pereira, Pereira, el sostén de la novela).

   Y en ese momento a Pereira le vino a la cabeza una frase que le decía siempre su tío, que era un escritor fracasado, y la repitió. Dijo: La filosofía parece ocuparse sólo de la verdad, pero quizá no diga más que fantasías, y la literatura parece ocuparse sólo de fantasías, pero quizá diga la verdad.

   Este libro es algo así como hacer fácil lo difícil.


miércoles, 8 de enero de 2014

«Historia abreviada de la literatura portátil», de Enrique Vila-Matas





El juego es divertido, o suele serlo, y este libro es un juego, aunque se hace casi necesario despojar a esa palabra de las connotaciones inocentes o bondadosas (quizá de la bondad que arrastra la inocencia) que suele tener.
Nos encontramos en esta suerte de novela con una conspiración en los años veinte, una sociedad secreta compuesta por un elenco de escritores y atistas y personajes —Duchamp, Benjamin,  Fitzgerald,  Larbaud, García Lorca, Dalí....— que comparten cierto carácter, una forma de vida. Inquietos por mantener esa personalidad que propicie la liberación de dificultades y ataduras varias, tienen ciertos requisitos: que la obra de cada cual fuera ligera, portátil, vaya, y (...) permanecer soltero o, al menos, actuar como si uno lo fuera, es decir, funcionar como una máquina soltera(...).
Aunque no indispensables, se recomendaba también poseer ciertos rasgos que eran considerados como típicamente shandys: espíritu innovador, sexualidad extrema, ausencia de grandes propósitos, nomadismo infatigable, tensa convivencia con la figura del doble, simpatía por la negritud, cultivar el arte de la insolencia.
Es probable que no haya un motivo para formar esa sociedad, que no haya motivo real, vaya. Puede que después de todo la literatura sea el velo que los une y los separa. La conspiración debe tener un objeto, pero igual es una conspiración sobre la conspiración.
Bueno, pero qué hay detrás, aparte de la puesta en escena. Supongo que esa idea de lo ingrávido, la búsqueda de lo extraordinario (pero sin querer tocarlo del todo, por si acaso), o quizá sólo del afán por encontrarse y huir para lograrlo, aunque no se sepa muy bien adónde, ni se sepa bien si pasará realmente algo. La huida de los propios fantasmas y su posterior asunción, aunque sea con reparos. Es el querer mantener una forma de vida cómoda y ágil (sobre todo ágil) y cobrar sentido al fin y al cabo guillotinando eso mismo, porque para que esa entidad secreta realmente sea tal y tenga relevancia, al final hay que destaparla, hay que darla a conocer y disolverla. Hay que tirar de un lado del mantel y moverse, hay que hacer algo.
Es divertido —a veces insultantemente divertido— pasear por esas páginas y ver cómo Vila-Matas hace y deshace, cómo crea personajes o personalidades, o los escribe y exterioriza.
Una novela para perderse en ella, pero no del todo. Y si uno se pierde, que vuelva al punto cero. 

lunes, 6 de enero de 2014

«París no se acaba nunca», de Enrique Vila-Matas






Siempre grande y sólido y de una habilidad discursiva fascinante. 

Supongo que el motor de esta novela no es sino la experiencia de Hemingway en París, años veinte, relatada en París era una fiesta; el relato, con un deje de ironía (amable, sonriente, benévola, aunque a veces no tanto), de aquella experiencia de aprendizaje literario y vida bohemia revivida por Vila-Matas cuando se instaló en una buhardilla alquilada a Marguerite Duras —cuyos consejos para escribir, esquematizados en una cuartilla, irá siguiendo, o peleándose con ellos y tratando de descifrarlos— para escribir La asesina ilustrada mientras se encuentra con otros escritores y personajes, mientras reflexiona sobre citas, mientras escribe algo real, mientras intenta vivir con una joven y graciosa impostura, mientras piensa en Hemingway y lo analiza con tal certeza y sonrisa oculta que a los —me confieso, por si no lo había hecho ya— admiradores de Hemingway no nos queda otra que dejarnos atrapar por esas líneas.

Vida, literatura y ficción se difuminan, o igual sólo hay una confusión entre qué sea cada una de esas cosas. ¿Novela o conferencia?, dice al principio. ¿Novela o vida? ¿Vida o literatura? ¿Es Duras —dice— muy sincera o hará todo el rato literatura? ¿Y él, el propio Vila-Matas? ¿Hay algo que no pueda atrapar o modificar a su antojo? ¿Literatura que viene dada por la misma prosa, que se engendra a sí misma y revierte en sí misma?

Es cierto que más que por la trama, destaca por su entramado narrativo. La historia en sí no es el centro, o quizá un pequeño centro, la excusa para decir Soy Vila-Matas y sé escribir; más aún: no puedo escribir mal. Y uno, lector, asiente y disfruta de ello. No hay grandes sobresaltos o sorpresas argumentales, es todo un continuo que fluye y se va recogiendo a sí mismo para seguir desplegándose.
Para aquellos que de alguna manera tenemos la imperiosa necesidad de escribir, es curioso verse reflejado en más de un pasaje, sentirse cómplice de las observaciones del autor, de sus referencias, de sus rechazos y hachazos, de sus idas y venidas. 
Es muy, muy recomendable, e incluso algo más: para los amantes de la literatura sin concesiones, debe de ser imprescindible.
En lo suyo, este hombre es el mejor que he visto hasta ahora (y dudo que tenga que enmendarme más tarde).

La novela, igual que Hemingway —y París, pobre París— concluye. Hemingway no se acaba nunca, pero se acabó. Quizá París siempre te persiga o vaya contigo, pero pasó.
Quizá haya que pagar la factura de luz de tres generaciones de artistas y lo mejor sea abandonar la buhardilla de Marguerite Duras y volver a Barcelona.

Habrá que quedarse con el último consejo que le lanza Duras: Usted escriba, no haga otra cosa en la vida.