jueves, 2 de diciembre de 2021

"Homoconejo", de Alfonso García-Villalba



    Alfonso García-Villalba ha escrito algo en lo que perderse sin contemplaciones, casi sin resistencia. Un artefacto incómodo, nervioso, confuso, incluso provocador.

    No sé hasta qué punto es pertinente —no sé siquiera si es viable— exponer de forma sistemática y ordenada las ideas o los pilares de la novela. Quizá todo deba estar cubierto por una capa de incertidumbre. A lo mejor la visión de la novela deba ser poliédrica y desbordante. Por encima de todo, no debe haber moraleja, no debe haber enseñanza; el fondo es una exposición naturalista de la realidad, lo demás son locuras.

    Para mi padre las fábulas debían ser otra cosa, ir más allá de una lección moral o del didactismo, tal vez configurarse como una respuesta delirante a la realidad más que como una forma de adoctrinamiento. Las enseñanzas, a su entender, no tenían sentido y los mensajes no podían ser sino tácitos o subterráneos igual que las propias madrigueras donde los conejos se cobijaban.

    Quizá, en el fondo, haya algo que descifrar, pero no un mensaje significativo, no un enigma esperando ser descubierto; quizá sí el código, la llave para seguir avanzando, para seguir perdiéndose, con más o menos con(s)ciencia. Nos queda recurrir a la iteración —a alguna vaga conexión con los planteamientos derridianos—, a la disposición de las frases, a las intenciones con las que podemos hacernos tarde o temprano, porque, a pesar del laberinto, hay algún resquicio de luz —aunque conduzca al propio laberinto, porque, ya digo, no hay meta más allá de ello, ello es su propio objetivo—. Digamos entonces que todo tipo de lenguaje es descifrable; que el lenguaje enteramente propio es inviable, imposible; que, en fin, nuestra vida entera es iterabilidad, repetición; que nuestras marcas dejan huellas de intenciones —conscientes y no— que pueden ser descubiertas por otros; o sea, que otros pueden descubrirnos o descifrar el mapa que hemos trazado, desvelarnos, hacernos visibles. Que los conejos pueden seguir moviéndose con nerviosismo, sin tregua. Que estamos expuestos. Que el bucle está ahí, y es incontestable. Más aún: que el insomnio es tan inevitable como el sueño, y que en la confusión —en la dislocación de identidades— reside el germen de todo lo demás.

    Según M, escribir consiste básicamente en empezar a usar palabras y comprobar adónde puedes ir con ellas. Algo así como lanzarse y ver qué pasa.

    Y García-Villalba llega a materializar la frontera entre sueño y vigilia o realidad y ficción mediante la sustancia Beta; concreta uno de los grandes motivos literarios de forma bruta, sin paliativos, deshaciéndose de cualquier ornamento y tratando de penetrar en las vísceras del sistema. Es una forma de desnudar un recurso para exponerlo al mundo y ponerlo a prueba, darle una forma más cruda y más real (la locura es lo otro, la locura es lo otro, la locura es lo otro). No dice, quizá por prudencia, si el escenario tiene su razón de ser, pero yo, lector, me tomo la libertad: es Murcia esquizorrealista, o sea, Murcia como tal, una confusión laberíntica a veces incontrolable.

    Si bien no hay posible solución, siempre es oportuno reconstruir de memoria o por intuición el camino, aunque esto pueda provocar confusión al avanzar o retroceder con el fin de llegar al centro.

    Es un recurso a la memoria como refugio, una vez hemos asumido que la inventiva se ha quedado sin horizonte, ha sido boicoteada.