Asunto primero: decir que el punto de apoyo de esta novela es un triángulo romántico o amoroso es, en gran medida, sabotearla.
El narrador (tipo sin nombre, sólo referido como K. en algún momento) se enamora de una mujer que, a su vez, se enamora de otra mujer, aunque quiera, de alguna manera, al primero. Los tres personajes acabarán conectando, pero nunca se verán los tres al mismo tiempo. Todo esto, digamos, puede ser el esquema general y superficial de la novela.
Si arañamos un poco esa superficie encontramos tres personajes envueltos cada uno en su propia historia, en su carrera de fondo, si acaso, siendo protagonistas de su propia película, que interfiere sólo relativamente en la película de los otros personajes. Sumire quiere ser novelista, pero se va encontrando con los (comunes) problemas que salen a flote para quien aspira a escribir; el narrador es un profesor de primaria que desea a Sumire; Myû, la segunda mujer en discordia, es una empresaria madura e interesante que atraerá a Sumire y más tarde conectará con K. Pero ¿qué hay detrás de eso? Un viaje que acaba incompleto, un círculo que quizá acabe sin cerrar, que se debate entre la resignación y la aceptación, y que, una vez superado ese debate, se asume sin más, casi automáticamente, porque hay cosas que son como son. Quizá sea una forma de consuelo buscar explicaciones a lo que ocurre, quizá sea normal hacerlo, pero probablemente dé un poco igual; el mundo va a seguir girando y estos tres personajes van a aceptar la situación e, incluso, no harán preguntas, bien porque puedan responderlas para sí mismos, bien porque no convenga hacerlas, bien porque no puedan. Esos dos mundos (intuitivos o reales, más ficticios o literarios que palpables, quizá) se combinarán para formar el mundo de cada uno de los tres, dejando huella (cómo no); ese mundo de ensueño o fantástico que termina absorbiendo la historia.
En ocasiones la lectura se me ha hecho algo predecible, puede que a veces necesitara más velocidad o qué sé yo, un giro distinto. Cuando pensaba para mis adentros que el tópico o lo convencional se iba a adueñar de la historia, Murakami alargaba un fino cabo para dejar una separación, una distancia (aunque a veces sea eso, un fino cabo). Pero es verdad que aquello (los giros, el final tan abierto como cerrado, las relaciones, la distancia) es parte de lo que le da cierto encanto a la novela, aunque uno quisiera otro rumbo u otra forma. El estilo es fluido, sin grandes obstáculos, y el conjunto sale adelante con facilidad. El japonés presenta un hablar y decir propios, con una nota personal en la narración, cosa que se agradece y ayuda a etiquetarlo como un buen escritor, como un escritor al que seguir de cerca.
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