La roca del mundo está fuertemente asentada en las alas de un hada.
América, años 20, Edad del Jazz y del crecimiento y del ensueño.
Gatsby es un nuevo rico, un tipo maravillado por el poderío y las fiestas y la prosperidad que ofrece el fin de la Primera Guerra Mundial, un tipo que ansía algo, y es que en el mundo en que vive todo puede ser posible, o, al menos, en su mundo. Un maldito espejismo.
Parece que Gatsby encarna a esa nueva clase; y, como ella, acaba en un fracaso algo amargo, algo frustrado. Gatsby resurge de la nada, y trae con él una inmoralidad que no superará, con todo, la inmoralidad de las clases realmente altas, las ya asentadas. Gatsby desea conseguir su fortuna con el objetivo de conseguir el amor de Daisy (la muchacha de oro, cuya voz está llena de dinero). Gatsby desea con todas sus fuerzas regresar al pasado, hacer retroceder las manecillas del reloj y manejar el tiempo y sus circunstancias.
Imagen con un precioso sabor a nostalgia, a sueño (roto), es seguro que nos dejará una media sonrisa arrebatadora.
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