miércoles, 14 de agosto de 2013

«El oso», de William Faulkner

                                          «El oso», de William Faulkner



Ah...continuo (a veces de una continuidad laberíntica o casi laberíntica, pero rica y elegante y poderosa), fluidísimo, de un entramado de mil hebras que van a un punto concéntrico desde mil direcciones y allí explotan y se coronan. Eh, que me emociono, ya basta.

Old Ben es el gran oso, la bestia, la figura que aguanta y vence a los cazadores año tras año y vive en los bosques que desean los hombres con sus prioridades personales y asuntos familiares y tradicionales que les llevan a cada uno a tener una visión y un objetivo más o menos particular. El fin del viejo oso supone también otro fin; una imagen que se cae pero que no por eso acaba, porque McCaslin no acepta aquello corrupto y roto por la codicia y supongo que, así, Old Ben y el fin del propio Old Ben ganan un peso aún más relevante, un peso que parecía pertenecerle legítimamente y que ni siquiera la muerte se lo arrebata.

El toque personalísimo que Faulkner da a sus líneas nos hará sentir más de una vez algún codazo cómplice, noble o innoble, puede que ambos, y alguna vez abriremos los ojos y sonreiremos con algo de picardía.

Hay que ""tolerar"" la escritura de Faulkner, pero una vez entras en el juego, las reglas te absorben y las compartes y quieres más.

Un relato genial.

martes, 6 de agosto de 2013

«Peter Pan», de James M. Barrie

                                             «Peter Pan», de James M. Barrie



Y quién no conoce esta maravilla. Creo que es, de los cuentos infantiles, el más soñador, el más apasionante.
No sólo la figura de Peter ilumina el relato, sino que cada uno aporta algo, los identificamos con algún grácil resorte que nos lleva a recordar, o a sonreír de aquella manera al verlos hablar y reaccionar y mirar.
Podemos sentir cierta confrontación entre el orgullo y arrogancia del niño con sus virtudes mejor conservadas, el cariño con que Barrie lo retrata sin dejar de mostrar, por eso y hábilmente, la temeridad o arrojo inocente, despiadados, del espíritu del niño.
Si no has soñado con Nunca Jamás ni has observado a Wendy ni has luchado con Garfio ni te has burlado de los piratas  siendo el más astuto, óyeme, no has sido niño; a tu espíritu le falta algo.
La imaginación vuela, y la imaginación no tiene límites si no queremos que los tenga.


jueves, 1 de agosto de 2013

«El gran Gatsby», de F. Scott Fitzgerald

                                         «El gran Gatsby», de F. Scott Fitzgerald


La roca del mundo está fuertemente asentada en las alas de un hada.

América, años 20, Edad del Jazz y del crecimiento y del ensueño.

Gatsby es un nuevo rico, un tipo maravillado por el poderío y las fiestas y la prosperidad que ofrece el fin de la Primera Guerra Mundial, un tipo que ansía algo, y es que en el mundo en que vive todo puede ser posible, o, al menos, en su mundo. Un maldito espejismo.

Parece que Gatsby encarna a esa nueva clase; y, como ella, acaba en un fracaso algo amargo, algo frustrado. Gatsby resurge de la nada, y trae con él una inmoralidad que no superará, con todo, la inmoralidad de las clases realmente altas, las ya asentadas. Gatsby desea conseguir su fortuna con el objetivo de conseguir el amor de Daisy (la muchacha de oro, cuya voz está llena de dinero).  Gatsby desea con todas sus fuerzas regresar al pasado, hacer retroceder las manecillas del reloj y manejar el tiempo y sus circunstancias.

Imagen con un precioso sabor a nostalgia, a sueño (roto), es seguro que nos dejará una media sonrisa arrebatadora.

«Los santos inocentes», de Miguel Delibes

                                     «Los santos inocentes», de Miguel Delibes


Nos situamos en territorio extremeño para adentrarnos en un bello (y trágico) retrato que Delibes logra de una sociedad dividida en terratenientes y campesinos, dueños y sirvientes. Una relación un tanto tradicional hace que este drama refleje el modo de vida, sobre todo, de esos oprimidos. Se suceden episodios cotidianos, del día a día, donde vemos momentos de caza y de interacción con la naturaleza; resulta interesante comparar, también aquí, las formas de ambas clases. Los personajes que se muestran parecen, de tanto en tanto, salir de las páginas y hablar al lector, o, al menos, hacerse ver y oír y sentir, logran que los comprendamos; llegamos, en esta línea, a presenciar un homicidio y aceptarlo y casi apoyarlo; como mínimo, entenderlo y hasta comprenderlo. Nos topamos con ese efecto de algunas obras que consiguen que nos posicionemos con los personajes hasta el punto de justificar con fundamento hechos que en otros serían motivo de condena irreparable.

Hay un grito sordo en favor de la justicia, una justicia que se ve representada de forma bien sensible por esos personajes y esas situaciones, una (in)justicia que fuera de tópicos o alegatos banales, cobra un sentido real y cercano.

No hay guiones de diálogo. Es una forma de ¿innovación? o ¿vanguardia? que logra crear un efecto de relato continuo y tremendamente ligado.

La forma de hacer drama no es aquí un drama directo o sentimentaloide; es un relato realista, donde el drama lo pone el lector, la voz narrativa, los hechos, que hablan por sí solos.

Una obra para no descuidarla.