domingo, 11 de octubre de 2015

«Pedro Páramo», de Juan Rulfo



   Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.


   Es extraño. Esta obra no acepta muchos límites ni, creo, una definición que no sea abierta, incluso algo ambigua. Pero es magnífica. Comala es un lugar deshabitado y lleno de sueños y deseos. El personaje de Pedro Páramo es insondable, como la atmósfera del lugar. Pedro Páramo es algo misterioso, fragmentario, envolvente, con cierto aire a eternidad, donde se intuye una profunda carga de significados que, sin embargo, desfilan ligeros por las apenas cien páginas de la novela, como llevados por esa desdicha inherente al pueblo, a sus hábitos, a sus costumbres, a su gente. Por eso digo que Pedro Páramo es una atmósfera, un ambiente que tiene algo de certero y de irónico, de crítico, de imperecedero, como si lo que dijera y mostrase estuviera anclado a las raíces de la vida y hubiera que comunicarlo necesariamente, pero como si fuera comunicable sólo acudiendo a cierto misticismo que, con todo, no se aleja de la vida. Que es real. Para llegar a ello, para completar la historia —aunque sea inacabable o inagotable, parece que haya que acudir a alguna unión entre lo real y lo onírico o la intuición, y siempre a la parte que el lector ponga él mismo para determinar la lectura. Porque Pedro Páramo es una novela de lecturas múltiples, índice que apunta ya a su genialidad. Algo que se compone desde diferentes voces y diferentes vidas —y muertes, que pone al yo frente al otro para presentar cierto conflicto vital, que se compone de infinidad de palabras colocadas en el lugar y momento justos, como apuntalando el mensaje con suma precisión para tratar de rodear la historia.


   Allá atrás, Pedro Páramo, sentado en su equipal, miró el cortejo que se iba hacia el pueblo. Sintió que su mano izquierda, al querer levantarse, caía muerta sobre sus rodillas; pero no hizo caso de eso. Estaba acostumbrado a ver morir cada día alguno de sus pedazos. Vio cómo se sacudía el paraíso dejando caer sus hojas: «Todos escogen el mismo camino. Todos se van.» Después volvió al lugar donde había dejado sus pensamientos.


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