martes, 27 de octubre de 2015

«Extraña forma de vida», de Enrique Vila-Matas



   Yo era un hombre en cuya vida brillaban por su ausencia los días especialmente memorables. Pero aquel día de invierno todo parecía transcurrir de un modo totalmente anormal, aquel día parecía tener vocación de convertirse en uno de esos que con el paso del tiempo acabamos recordando como un día largo y hasta escribimos —como desde hace días vengo haciendo yo aquí en Premià a la sombra de esta morera centenaria— sobre ellos; sí, escribimos sobre ellos, obsesionados por ese día en el que se decidió en pocos segundos toda nuestra vida, escribimos porque ya no nos queda nada mejor que hacer que recordar ese día y escribimos que lo recordaremos siempre. Ya no vivimos, sólo escribimos sobre ese día: extraña forma de vida.


   Vila-Matas habita la literatura con una solvencia extrema, de forma genuina, y eso es, de alguna forma, explorarla desde distintos ángulos para llegar o intentar llegar a un sentido que quizá sea común a todos esos puntos de vista, a todas las direcciones a las que apunta el discurso literario. En última instancia, el objetivo es sencillamente explorar la literatura o lo literario hasta casi hacerse uno mismo literatura —quizá no pueda uno expresarse así sin hacerlo—, rodearse de voces y obsesiones, de experiencias que nutran el recorrido.

   Entonces el escritor parece tener un íntimo parecido con el espía. Quizá el escritor construya su obra robando conversaciones, historias y momentos, observando su entorno y a quienes le rodean, tocando su mundo y tratando de expresar algo que quizá sea siempre lo mismo. Los últimos motivos, los últimos hechos, los últimos enlaces; la vida de uno, que no debe de ser muy diferente de la vida de los otros. Y quizá trabaje así el escritor porque su vida es monótona, a veces repetitiva, insípida. Quizá el escritor necesite llevar a cabo la labor de espionaje —hacer casi de usurpador de elementos ajenos que hace entonces propios de forma legítima— para escribir y hacer —reconstruir— alguna realidad con más sentido o sencillamente de forma más elaborada, menos prosaica, si es posible; un experto discurso —una vida, unas ideas— que le permita al menos perderse en él y recordarlo, escribirlo: hacer literatura. Darse cuenta de que quizá la imaginación deba invadir la vida. Hacer una vida distinta, más aún si la propia resulta incómoda y uno vive tratando de dejarla, de huir, desembarazarse de ella.

   La realidad se extiende, encuentra nuevos caminos porque, en fin, es difícilmente agotable. La narración se despliega desde algún punto concreto y a distintos niveles —Extraña forma de vida es la historia de un día, para qué más— y uno diría que podría extenderse sin límite, seguir ejerciendo su función como quien prepara eternamente una conferencia que parece abocada al fracaso o a traer algún peligro. Quizá el peligro deba formar parte de ese discurso, de la literatura. La amenaza del fracaso.


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