sábado, 8 de noviembre de 2014

«Libro del desasosiego», de Fernando Pessoa


En estas impresiones sin nexo, ni deseo de nexo, narro indiferentemente mi autobiografía sin acontecimientos, mi historia sin vida. Son mis Confesiones y, sin en ellas nada digo, es porque nada tengo que decir.


No es un libro como tal, es un universo. Un abismo profundísimo y fragmentario que va iluminando unas zonas y oscureciendo otras. Un mundo inacabado e inacabable; Pessoa podía haber seguido escribiendo este compendio sin terminar nunca, porque al fin y al cabo no es posible. Y sin embargo, hay aquí tanto por leer y releer y descubrir que es inevitable pensar en Pessoa como una de esas pocas y gigantescas mentes que escriben por la absoluta necesidad de escribir; que toman conciencia de su mundo y de su tiempo a un nivel prácticamente inalcanzable. Va más allá de todo límite, de todo arte y de toda literatura. Llega a un estadio difícilmente clasificable. Esto es entonces un torrente de pensamiento donde cada observación implica y va mucho más allá de lo que parece. Figuras mentales que probablemente nunca podamos desvelar por completo a no ser que el portugués regrese de entre los muertos y nos eche una mano.

Es la proyección de una convulsa vida interior —o de la negación continua de esa vida—. Pessoa crea una personalidad, un desgajo suyo pero a la vez diferente que le sirve para adentrarse en tantos caminos vitales y soñadores, en un conjunto que va haciéndose conforme avanza. Pessoa, más que escribir, se escribe, y que todos esos apuntes con querencia por lo caótico no fueran quemados y nosotros ahora podamos leerlos y leer-le es verdaderamente una maravilla.

Tenemos entonces no un libro sino un universo, y un universo compuesto de múltiples piezas que tienden a (des)completarse y a expresar así esa zozobra inevitable y de alguna forma necesaria. Es la desesperación, el desasosiego del que emerge esa visión desamparada que tiende a encontrar su cobijo y su motivo en el propio desamparo, y que se plantea con una genialidad inconmensurable. Una vida tomada como una sensación reflexiva que discurre sin rumbo fijo —como si acaso lo hubiera—, pero que no deja de discurrir por tortuosos caminos dejando en todos un poso de tremenda lucidez, experiencia y sabiduría. Una vida que parece haber perdido su horizonte —o no tener excesiva confianza en esa línea futura y contemplar la pasada con cierta bajeza— , que narra por la necesidad de plasmar la incomodidad vital e intentar desprenderse de ella. Una experiencia estética. Una metafísica-analítica que atraviesa toda la obra. Pessoa puede hacer eso. 
Pessoa puede escribir cosas comunes con una forma no ya poco común sino desbordante, asfixiante a veces, no al alcance de los mortales. 
Y también esto es una forma de juego: Pessoa se muestra a través de una especie de trasunto suyo y, con esa misma idea de extrañeza, de ser otro, escribe. Parece más fácil tratar esos temas a través de otro, con una suerte de escondrijo casi ilusorio. La destrucción se cierne sobre Pessoa —y sobre nosotros— y él escribe y crea y desarrolla un vastísimo espacio donde la renuncia se hace movimiento activo. Un mundo confinado a una suerte de fragmentos que se expanden, que tienden a la verdad con la conciencia de que es inalcanzable, la proyección de una realidad exigua, que anhela.

Uno sale de esta lectura siendo otro, sintiendo y pensando ya con la huella del inalcanzable Pessoa, con la necesidad de volver a él cada poco y leer algo de las impresiones que deja esta grandísima obra.

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