viernes, 28 de noviembre de 2014

«El mundo como supermercado», de Michel Houellebecq



Por lo tanto, las «reflexiones teóricas» me parecen un material narrativo tan bueno como cualquier otro, y mejor que muchos. Lo mismo que las discusiones, las entrevistas, los debates... Y es más evidente todavía con la crítica literaria, artística o musical. En el fondo, todo debería poder transformarse en un libro único, que uno escribiría hasta poco antes de su muerte; esa manera de vivir me parece razonable, feliz, y quizás hasta posible de llevar más o menos a la práctica.

Se reúnen aquí una serie de ensayos, entrevistas, poemas, observaciones tajantes que van dibujando el mundo de Houellebecq, nuestro mundo. Una vida que ha perdido algo, si lo tuvo; que se ha mercantilizado y transformado; que se ha hecho, de alguna manera, un juego mecánico, automático. El mundo del deseo es un (super)mercado, un espacio publicitario. Lo moderno es una dispersión del deseo. El arte contemporáneo no tiene la eficacia que querría, la arquitectura responde a criterios más bien externos. Sólo la literatura, por ser palabra, vuela a un nivel más alto, puede abarcarlo todo.

Si existe alguna forma más o menos tangible de exponer, mostrar y demostrar lo que sea la sociedad contemporánea, Houellebecq debe de representar una de las mejores aproximaciones, diría incluso que la mejor; sin duda una de las de más arrojo. Lo suyo es una visión personal y social, una especie de vivisección concienzuda, palpable. Es de alguna forma el dibujo de una sociedad desgajada y cínica que avanza (no puede evitar avanzar), pero que no tiene raíces sólidas. Es un avance que tiende a ninguna parte, un conjunto de relaciones sin horizonte definido, pero todo de manera distante, sin afecto; un análisis desapasionado, seco, que advierte de algo. Una deconstrucción que, consumada, parece preguntarse qué está pasando, sin obtener respuesta. Ya no hay personalidad ni voluntad, no hay meta, algo se rompió antes de que nos diéramos cuenta. Ahora se vive, quizá se calcula, y poco más.

Algo se ha acabado, hay cierta desolación en el mundo, pero no estamos fuera de ciertas fuerzas que nos mueven, que se proyectan en nosotros y que nosotros, a la vez, proyectamos. Parecen fuerzas que ya no gritan desde el yo sino desde uno, uno que desea desear, que busca algo que no está. Uno que vive en un vacío lleno de artificio y cartón piedra.

Detrás de ese cartón piedra, detrás incluso de su obra y de esa exposición bruta que nos ofrece, hay un Houellebecq inteligente, de mirada aguda, además con ganas de no cortarse y de decir lo que piensa (y hasta lo que piensa que puede traer polémica). Un tipo capaz de problematizar los espacios comunes, las junturas y uniones de distintos campos y ejercer allí esa disección con olorcillo a putrefacto.

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