miércoles, 26 de noviembre de 2014

«Desgracia impeorable», de Peter Handke



(La ficción de que las fotos pueden «decir» este tipo de cosas: pero, de todos modos, cualquier formulación de algo que realmente ha ocurrido, ¿no es algo más o menos ficticio?, menos si uno se conforma con relatar simplemente lo que ha ocurrido; más cuanto mayor sea la precisión de las formulaciones que uno busca. Y cuanto más finja uno, tanto más interesante se va a hacer la historia, incluso para las otras personas, porque uno puede identificarse antes con las formulaciones que con meros hechos relatados. ¿De ahí la necesidad de la poesía? «Asfixiándose a la orilla de un río», dice una formulación de Thomas Bernhard.)


No deja de ser, al menos en parte, paradójico: Handke narra este relato con motivo del suicidio de su madre, aludiendo a la imposibilidad del lenguaje para comunicar ciertas impresiones y situaciones al tiempo que intenta (y logra) dos cosas: por un lado, transmitir, mediante el método declarado en la propia narración, la imagen y la vida de la madre; por otro, expresar, obviamente mediante el propio lenguaje —y este segundo punto viene del primero, de aquellas formulaciones que vienen a hacerse particulares para representar algo más concreto—, la incapacidad del lenguaje para expresar ciertas situaciones que lo desbordan. Parece un cambio de estrategia. Hablar de un punto para iluminar otro, para no entrar de lleno en éste, en el que de verdad importa o es objeto del discurso, porque una vez ahí parece imposible expresar por completo lo que se pretende sin caer en lugares comunes o en descripciones tan distantes que no lleguen a cumplir su cometido. 

A la vez, y en la línea de ese segundo logro, Handke reflexiona sobre la escritura, sobre la actividad que ahora se hace necesaria, aunque no sirve para nada. Memoria, silencio, deseo, represión, el paso del tiempo. La falta de lenguaje y la comunicación truncada. Una losa insoportable. Una historia que hace mella en la mujer y la destruyendo. El paso de una vida que ha ido cayendo sobre su madre hasta que el suicidio se convierte en el único recurso a la vista, incluso coherente con el camino que ha ido siguiendo hasta entonces. Como si fuera algo que tenía que hacer, algo anunciado silenciosamente, o, para seguir con lo mismo, anunciado cuando se decían y pasaban otras cosas.

Escribir sobre ello no sirve para nada, pero habrá que hacerlo. Y habrá que buscar la estrategia adecuada, la más hábil, la más digna. Hallar el movimiento que permita (o no, en fin) digerir el acontecimiento y transmitirlo de tal forma que sea particular, concreto —la madre de Handke—, y de alguna forma, aunque sin perder de vista lo anterior, general. 
Encontrar la formulación adecuada en y para ese espacio transitorio de neblina casi irreal, de paralización. Hacer ficción, pero hacerla bien. Construir una historia. Entrar en la literatura, hacer de ella algo incluso al margen del hecho en sí desde el que se erija, pues la literatura tiene capacidad para ello. Como el lenguaje y su estrategia. Como las formulaciones. Como las obsesiones. Como las proyecciones. Incluso aunque la historia sea un artificio, un artefacto que funciona.

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