domingo, 9 de noviembre de 2014

«Historias de cronopios y de famas», de Julio Cortázar


Un cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de la calle en la mesa de la luz, la mesa de la luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí se detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta.

Cortázar encuentra literatura en cualquier sitio. Ni siquiera crea, o es una creación bastante amable; parece que lo literario ya estaba ahí, y que él sólo viene a demostrar que efectivamente está, que hay que saber verlo y que una vez asaltado es inmenso, vital, con carácter, risueño, aleccionador.

Ironía, reflexión que fluye más bien rápido, imágenes fugaces pero duraderas. Ficción como reflejo, como espejo y filtro. Literatura hábil que juega y experimenta, que gira, que surge de lo más o menos común y que viene iluminar con mejor criterio algunas zonas, a destapar los engranajes de algunos automatismos poco observados, a hacer y a narrar simulacros, a desvelar los (no) motivos de acciones y juicios mundanos a través de una literatura que vive por ella misma, que se da porque sí (no necesita de nada más externo), que halla su motivo en esa ligereza que tiene sin embargo la capacidad de poner a prueba sólidos muros.

Es un dar rienda suelta a la imaginación y dejarla fluir, dejarla que traiga cosas a una sensibilidad que de pronto se renueva y respira. A veces es una sonrisa amable y otras una mueca, un cambio de orden, una modificación de estilo, qué más da; una unión de fragmentos volátiles que atrapan la importancia de lo insustancial, de lo inútil. (Inútil hasta cierto punto, porque uno no es consciente de la necesidad de un manual de instrucciones para subir escaleras hasta que lo lee aquí).
Hay que leer estas historias para llegar a ver (y no del todo, como si aún quedara algo detrás del telón) la genialidad y la maestría con el lenguaje, la forma de no-saber, de ver y encogerse de hombros e ir atrapando esa visión al fin y al cabo certera en una hilera de imágenes que tienden a la realidad.
Quizá este libro sea la mejor terapia para los mayores problemas, no sé.

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