sábado, 11 de julio de 2015

«Alma», de Javier Moreno



   Creo que ya lo he dicho, pero hay cosas que no me cansaré de repetir: me fatigan los argumentos. Los acontecimientos de la vida apenas duran unos pocos segundos; a lo sumo, algunos minutos. Una línea o una página deberían ser suficientes para describirlos. El resto —la trama— no son sino extrapolaciones. La vida es una suma de acontecimientos carente de trama. Como mucho, podría hablarse de pequeñas convergencias que procuran la ilusión de sentido.


   Como una forma de dar cierto aire estético a la mirada, como un continuo y ligero recuerdo de grandes pequeñeces, como una recomposición casi arbitraria del mundo y de uno mismo, como una renovada forma de leer y de señalar la vida precisamente en lo que parece más superfluo, en lo que supongo que uno eliminaría al ir a contar algo: así se presenta este libro.

   Pero si contara algo habría una trama bien definida, y Alma es lo que es precisamente porque ha escapado —hasta donde pueda hablarse así— de cualquier trama al estilo convencional. Moreno ha ordenado su discurso sosteniéndose en mil pilares y a la vez en ninguno, transmitiendo una suerte de esencia completa y relativamente hueca, personal y común, un algo que parece incumbir a cualquier posible lector. De alguna manera, apuntando hacia lo menos relevante parece uno revelar tanto o más que cuando se intenta penetrar en el centro mismo del asunto. Alma puede leerse como un tapiz cargado de sentencias. A veces parece el entramado de algo parecido a familias de aforismos; pero quedarse ahí sería dejar de lado el elemento principal, el nivel superior que da unidad a todo eso y que lo conforma como algo más, como una imagen fragmentaria de miles de picos y significados que apuntalan la construcción como conjunto. Una imagen que, además de verse, es necesario leer, y que halla en la unión entre ambas cosas el sentido buscado.

   El narrador parte y se aleja de su propio yo, se cuenta a sí mismo distanciándose, contando entonces a otro, apuntando desde la realidad a la ficción y desde ésta a aquélla en un avance continuo, recogiendo lo ya dicho y añadiendo partes nuevas, tan anecdóticas como vitales. Así conforma la realidad y así la realidad conforma el relato, como si fueran —de hecho son— elementos inseparables. Pensamientos, recuerdos, observaciones, proyecciones, imágenes, datos, experiencias, ironías. Es un cosmos, un todo, una visión de conjunto, una panorámica; en este sentido sí hay una trama, cómo no. Puede ser un puzzle inacabable, una estructura que se podría erigir hasta el infinito, pero que encuentra —de alguna extraña manera— una concreción.
   Supongo que esta novela es, al fin, la confluencia de mil disparos en uno sólo que rastrea, sin pudor pero con algo de distancia, la vida desnuda —casi la vida sin vida— de cualquiera. Lo hace de forma sincera y directa, contando algunas cosas y sugiriendo o dejando entrever otras, con la idea de la literatura sobrevolando el relato y con una notable habilidad para tejer, tocando mundo, las relaciones entre personas, entre cosas, y entre personas y cosas e ideas que configuran, para bien o para mal, la vida moderna.


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