viernes, 31 de julio de 2015

«En el café de la juventud perdida», de Patrick Modiano



   Vivimos a merced de ciertos silencios. Sabemos mucho unos de otros. Así que hacemos por no encontrarnos. Lo mejor, por supuesto, es perderse de vista definitivamente.


   Estamos en el París de los 60 y un grupo de artistas, bohemios, estudiantes, acude al café Le Condé como modo de escapatoria y a su vez como forma de establecer algún arraigo con la ciudad o consigo mismos, algo con lo que sostenerse y orientarse en un escenario que es metáfora de sus propias vidas, de un espíritu casi compartido. Es una forma de crear presente, a ser posible un presente que no deje nunca de serlo, porque una vez lo haga se llevará consigo cosas elementales. Al mismo tiempo, uno se mueve casi sabedor de que hay cosas que requieren esfumarse, que están para desaparecer, y que anclarlas al aquí y ahora sólo acabará sirviendo para establecer más tarde una duda sobre aquel tiempo al que no se puede acceder por completo.
   En En el café de la juventud perdida Modiano va dibujando a Louki, una joven parisina, más por medio de conjeturas e intuiciones que por lo que de hecho se sabe. Louki, como París, esconde cosas, y, como ella, es objeto de búsqueda y deseo, de intriga, de resignación. París es un personaje más, quizá el personaje, lo que sostiene el conjunto, y en él traza Modiano un relato en el que son cruciales la memoria y la identidad, la huida, el tiempo, la conciencia de lo efímero, lo inasible y el aire de misterio que envuelve zonas impenetrables. Éste es además un relato que se forma a partir de distintas voces y que, por tanto, tiene la ventaja de ver lo mismo desde distintos ángulos y la necesaria imposibilidad de iluminar ciertos espacios que quedan abandonados al misterio.

   Modiano tiene la extraña virtud de escribir historias de una ingravidez pasmosa, tanto que uno puede preguntarse si no le faltará algo al relato, si no estará un poco vacío. Luego uno lo piensa mejor y se da cuenta de que con unos pocos movimientos Modiano ha construido un cuadro justo y preciso, con la levedad que le caracteriza. Quizá no demasiado evidente, no demasiado directo, muy ligero, muy lejos de abusos o de explícitas tentativas de profundidad literaria. Pero completo —hasta donde es prudente serlo— e intenso. Magnífico.


2 comentarios:

  1. No sé por qué tengo la concepción de Modiano como un escritor oscuro, lento, anclado en el pasado. Obviamente todo esto es infundado, porque no he leído nada de él, pero aun así esta percepción me domina. Me gusta saber que tu lo has encontrado liviano y ligero, tal vez consigas cambiar mi opinión sobre él.

    Saludos!

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  2. Ojalá sea así. Modiano merece la pena.

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