sábado, 23 de mayo de 2015

«En Grand Central Station me senté y lloré», de Elizabeth Smart



   Paso revista a todo lo que conozco, pero no consigo sintetizar ningún significado. Si me quedo dormida, la Realidad, la catástrofe cierta y cumplida, me despierta sacudiéndome como una enferma brutal. La veo agazapada, implacable, en un rincón del techo. Se abalanza sobre mí en diagonal, geométrica como el rayo.
   Dice: permanezco, SOY, nunca dejaré de ser: una escarcha mortal cubrirá tu recuerdo; tú olvidarás, tú te evaporarás, pero a mí nada puede borrarme.
   Es así como la catástrofe, cada cuarto de hora, me pone en la boca el sabor de la muerte, y me demuestra, sin muchos miramientos, cómo me prostituyo a cambio del olvido.


   A veces uno lee y se pregunta qué es escribir. Se pregunta si lo que está leyendo será literatura, o qué sé yo. Y entonces uno se encuentra con un libro como éste y se dice que no sabe qué sería lo otro, pero que esto sí contiene alguna extraña pulsión que hace pensar en verdadera escritura, en verdadero sentido narrativo y literario.

   Sin rodeos: esta mujer escribe con un talento asombroso, envolviendo su objeto de escritura en una especie de manto al que no quiero llamar poético porque sentiría que la traiciono, pero que tiene algo de poesía sin serlo, y menos mal. Conecta, a través de ese personalísimo estilo, con su realidad más cruda, porque, al fin, el suyo es un discurso humano y directo, pero la forma está lejísimos de cualquier prosa poética, de cualquier ornamento banal, muy lejos de adjetivaciones inútiles o de recursos gastados.

   Es decir, que Smart va a contar una aventura amorosa en clave autobiográfica, y hasta ahí lo mundano. Luego, creo que ni el fondo ni la forma son mundanos, o la segunda hace que el primero se transforme ligeramente, si acaso enamorarse de un escritor antes de conocerlo —a partir de un libro de poemas— entra dentro de lo normal. En cualquier caso, la narración va de adentro afuera, como si engendrara la historia externa desde la propia Smart, desde su interior, como si pariera la escritura con una delicadeza exquisita y, además, bañada en otras literaturas de las que surge o en las que se apoya para avanzar de una forma ligera y elegante.

   Imágenes, imágenes, imágenes; significados ocultos, desvelos, lirismo, rapidez, una pasión, una vorágine, una historia. Es una corriente que avanza casi en espiral y diría que nunca por el rumbo previsible, nunca por el cauce ya hecho, y encuentra en ese avance su mejor realización, serena y extraña.


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