domingo, 19 de octubre de 2014

«Hijos sin hijos», de Enrique Vila-Matas


Todos son hijos sin hijos y su conducta, en la mayoría de los casos, recuerda a esos seres a los que su propia naturaleza aleja de la sociedad; seres que, en contra de lo que pueda suponerse, no necesitan que nadie los defienda porque, siendo oscuros, la incomprensión no puede hacer blanco en ellos; seres que tampoco necesitan ser confortados, porque si quieren seguir siendo de verdad sólo pueden alimentarse de sí mismos, de forma que no se les puede ayudar sin hacerles daño.

Creo que ya otras veces he dicho aquello de que Vila-Matas es grande entre los grandes y etcétera. Creo también que no habrá obra suya que me desagrade, que no me deje un poso, que no acabe llena de notas y de oraciones y párrafos subrayados y páginas dobladas; leerle es palpar literatura y aprender literatura. Su habilidad para narrar es insultantemente sólida y segura, atractiva. Sus temas (que los tiene, digan lo que digan, y los tiene bien presentes y son fundamentales) son de esa clase de temas que tienden a la obsesión, que son recurrentes, que atrapan y crean mundos. 
En Hijos sin hijos parece que los relatos que lo conforman deambularan —y me parece que esta palabra se ajusta bastante a lo que transmiten estos relatos y estos personajes, a la idea vital que arrastran como unidad todos ellos— como deambulan, de una u otra forma, los personajes de cada relato. Individuos con algún objetivo vago y con una inestable o asustadiza conexión con la vida, individuos que se mueven con un algo de ingravidez y que encuentran el sentido de lo que sea que busquen en algo inesperado y a la vez evidente; personas comunes cuyas preocupaciones son esas que afectan directamente a ellos y a su vida y no aquellas históricas o relevantes para el mundo, y que proyectan así un equilibro medianamente justiciero. Individuos que Vila-Matas hace mover al amparo de alguna sentencia kafkiana, cómo no. Individuos casi autómatas, condicionados por alguna fuerza mayor, real o no, que les lleva a hacer lo que hacen. Los relatos tienen sentido como conjunto y, casi diría, también en el orden en que están dispuestos. Las historias no son meras historias: hay algo detrás, algo que se mueve a la vez que se mueve el decorado. El todo es un artefacto pensante que pone en marcha un principio, una idea, una estancia en la que hay algo por descubrir o en lo que indagar como si fuera un juego, como si lector y escritor, también los propios personajes, fueran funambulistas algo indiferentes que tienen algo que decir. Hay un discurrir lento y hasta cierto punto enigmático; en algunos puntos, un leve giro que hace virar la vida de esas personas, pero que, de alguna forma, no cambia nada, todo sigue igual. Todo importa y a la vez no, nada es muy importante, ya lo anunciaba Vila-Matas con anterioridad y al comienzo de este libro:

Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, fui a nadar.
Del Diario de Fran Kafka,
2 de agosto de 1914.

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