domingo, 24 de agosto de 2014

«Los ojos azules pelo negro», de Marguerite Duras




Duras es una maestra en dibujar imágenes de forma sencilla y feroz. Representa de alguna forma la abstracción mediante la sencillez, un captar las intenciones y las dobles lecturas con unas breves muestras de habilidad, casi como si uno asistiera a una obra de teatro y viviera lo que ella cuenta, fuera cómplice de sus querencias, saltara con algún arresto de no sé qué. Un par de frases bien colocadas que evocan muchísimo más de lo que estrictamente dicen, algún hábil silencio que también habla y la escena está en marcha.

La audición de la lectura del libro, dice el actor, deberá ser siempre igual. Desde que entre los silencios la lectura del texto se producirá, los actores deberían estar pendientes de ella y, excepto el aliento, permanecer inmóviles, como si a través de la simplicidad de las palabras, en grados sucesivos, cada vez hubiera más que comprender.
(...)
No habría que subrayar ninguna emoción determinada en tal o cual pasaje de la lectura. Ningún gesto. Simplemente, la emoción ante el hecho de desvelar la palabra.

Sí, eso es, eso es.
Aquí lo que está en archa es una especie de drama, o un acercamiento a él, que de alguna forma lo rodea, lo observa desde todos sus ángulos, valora todas las posibilidades y lo agota; parece que la frustración del drama  se liquida a sí misma, se resigna, aunque sin aceptar por completo lo que ocurre. El ansia de asir una ficción, de atrapar lo pasajero —que parece el único camino posible— y verse impotente.
Un hombre y una mujer —anónimos y casi sin raíces, sin historia conocida, como si la historia de Duras pudiera ser una muestra universal—, movidos por la soledad y algo de zozobra (acepta la oferta de él), empiezan a pasar las noches juntos en una casa frente al mar. Duras necesita una distancia, y la consigue tanto en la forma como en el fondo, en lo que dice y en la forma de proceder.
Ella cubre sus ojos azules con un pañuelo negro, y durante esas noches hablan, miran, escuchan, piensan, ella lo desea, él no puede desearla, se comunican y no, las direcciones de eso que emerge se quiebran o se bifurcan y se empieza a formar todo ese complejo tejido que Duras recrea para mostrar la imagen de un imposible, de desear un imposible y acercarse pero no tocarlo, no sentirlo. Ambos comparten algo y ambos buscan algo, aunque no puedan lograrlo juntos y parezca que libran una batalla silenciosa dentro de esas cuatro paredes.
Puede ser una especie de tragedia bella donde se cruzan diversos temas y todos quedan relativamente abiertos, una búsqueda por parte de los dos personajes de nuevos motivos para seguir despertando cada día, pero no es todo tan sencillo. Están juntos y sin embargo hay una ausencia voraz —ausencia que huele a ese otro que ambos desean también a muerte, a desenlace— que va socavando esa esperanza de encontrar algo. La comunicación truncada y la situación imposibilitan el alcance, pero no del todo el deseo. Hay significados casi nuevos, o renovados, una situación que va avanzando y llegando así, cada vez más, al precipicio, si es que puede llegar por completo a él.

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