lunes, 11 de agosto de 2014

«El sobrino de Wittgenstein», de Thomas Bernhard


Así explotó sencillamente la cabeza de Paul, porque no pudo seguir tirando la riqueza mental (de su cabeza). Así explotó también la cabeza de Nietzsche. Así explotaron en fin de cuentas todas esas locas cabezas filosóficas, porque no pudieron seguir tirando su riqueza mental.

Es lo primero que leo de Bernhard. Ha sido muy curioso. Intenso, rápido, sin muchos rodeos, pero con frases que vienen a repetirse, a recoger el lastre significativo que quieren arrastrar. Lo he pasado bastante bien, he de decirlo. Tengo cierta fijación con Wittgenstein y me habían recomendado a Bernarhd. Otros libros de Bernhard, cierto, pero vi éste y me lancé primero a por él. No me arrepiento. Creo que aún estoy asimilando formas de arrojar reflexiones y observaciones, esa relación entre Bernhard y Paul Wittgenstein en la que se cruzan apreciaciones sobre la propia vida (o sobre esa vida casi más ficticia que real vista desde esa cercanía al abismo, desde esa sensación de regocijo, esa ansiedad (casi) dominada), sobre el arte, la literatura y los literatos o pseudo literatos, la distancia y la enfermedad —estancia que probablemente impulse a Bernhard a ese discurrir cargado, casi obsesivo— y la muerte, cómo no. Bernhard aborda estos temas valiéndose de su relación con el sobrino de Wittgenstein, tipo que, al contrario que su tío, eclipsó su filosofía con su locura. Uno, Ludwig, fue quizá más filósofo, el otro, Paul, quizá  más loco (...) Los dos eran personas totalmente extraordinarias y cerebros totalmente extraordinarios, uno dio publicidad a su cerebro y el otro no. Podría decir incluso que uno publicó su cerebro y el otro practicó su cerebro. Y es curioso —según cómo se mire—; son dos tipos muy distintos que logran sin embargo una conexión, digamos, no a niveles sencillos, pero sí, y estrecha, en otros estadios.

Paul se volvió loco porque, de repente, se enfrentó con todo y, como es natural, se vio derribado, lo mismo que yo me vi un día derribado porque, como él,  me enfrenté con todo, sólo que él se volvió loco por la misma razón por la que yo me volví tuberculoso.
(...)
La diferencia entre Paul y yo es al fin y al cabo sólo que Paul se dejó dominar totalmente por su locura, mientras que yo no me he dejado dominar nunca totalmente por mi locura, igualmente grande, él, por así decirlo, fue absorbido por su locura, mientras que yo durante toda mi vida he explotado, he dominado mi locura; mientras que Paul nunca dominó su locura, yo he dominado siempre la mía y quizá por esa razón mi propia locura ha sido incluso una locura mucho más loca que la de Paul.

Una relación entre dos grandes. Curiosa entonces. Las conexiones parecen diferentes (a qué, ya, no sé, quizá a lo común, a lo que más se ve), el afecto es sólo un ambiente enrarecido, los temas que los unen vuelan en una esfera con una forma distinta, y la narración de Bernhard tiene un poder magistral, casi enfermo, como él, como ellos, un poco como nosotros.

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