Enorme, me encanta. Es como un manto terrible y extensísimo que te envuelve y fagocita, o algo así, algo así. Si esa conexión de los románticos con la naturaleza traía una avalancha de sentimiento elegante, firme, robusto, arrastrando la técnica más que llevándola por delante, en Hölderlin las cosas se igualan y la luz de esa inteligencia mantiene un equilibrio muy curioso. Si Grecia y el mundo griego habían sido apartados, Hölderlin se sumerge en ellos y los trae a un presente del que puede que nunca se hubieran ido, o del que nunca se hubiera ido el propio poeta; algo como un personaje casi anacrónico, alguien que vive o quiere vivir echando mano de aquel otro mundo que se le escapa, aunque, con todo, y quizá precisamente, porque fuera consciente de su tiempo. En algunos poemas vemos a un Hölderlin más sereno y en otros un volcán en erupción, una bestia. Que más tarde su existencia se volviera más oscura de la cuenta y se acercase a la locura puede que no haga sino colaborar en su figura y en su obra. Si con Novalis comentaba que insitinto y pensamiento (esa pasión impetuosa y aquella inteligencia reposada) iban desacompasadas, aquí ambas se aúnan, se elevan. El pensamiento se hace poético, en el sentido antes señalado.
Creemos que somos eternos, porque nuestra alma siente la belleza de la naturaleza.
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