Merodear el vacío, la nada, rodearlos, asomarse, mirarlos de lejos, entrar de lleno, modificar el mismo vacío, hacer-se abismo. Jugar con el retorno desordenado y extraño, sumergirse en el pozo sin fondo, pero con alguna que otra red salvatoria.
Estos relatos podrían ser el resultado de una disolución entre vida y literatura, o la muestra de cómo una persigue a la otra ―Vila-Matas en acción― y el proceso se invierte.
Aquí, tanto el contenido como el orden en que se disponen los relatos sugieren un camino, trazan una línea que acaba en el punto cero, aunque sea un origen ligeramente distinto, renovado y confirmado. Hay un proceso de hurgar en la herida, de luchar contra una fuerza devastadora y dominarla con el proceso de la escritura, proceso que se va haciendo a sí mismo. Y, al final, el escondite como vía de escape y refuerzo, como poder en la soledad.
Todos han elegido, como actitud ante el mundo, asomarse al vacío. Y no hay duda de que conectan con una frase de Kafka: «Fuera de aquí, tal es mi meta.»
Llenar con el arte ese vacío que acecha.
Vivir fuera de aquí, jugar con la creación y la creatividad, burlar el dignóstico fatalista de la vida huyendo, viviendo un vacío recreado; unos relatos donde el propio Vila-Matas se asoma y le habla al lector, aunque escondido. Relatos algunos donde parece que deja su genial juego literario en un momento de suspense y nos da codazos cómplices con su propio santo y seña para volver a él más tarde (nunca se había ido, no hacía falta) y crear unos pasajes de vértigo, donde deslumbra la expectación ante el eco de la pregunta vitalista, de la incógnita, del cuento. También de la vida y de la muerte, pero sin apelar a lo emocional más mundano, sino a ese otro nivel de intensidad que logra la literatura al hacer malabares divertidos y sólidos sin esa solemnidad que, probablemente, llevaría al fracaso.
En ese espectro de vida, vemos desfilar tras el telón algunos fantasmas, algunas sombras, algunas respuestas abiertas, algunas conexiones.
Amé a Bo ofrece escenas que representan de aquella manera la advertencia inicial de que estos exploradores del abismo no son seres pesimistas o desgraciados. Al menos, no como se piensa. Amé a Bo se mueve en un viaje futurista rumbo a Nueva York que nunca llega a esa ciudad, se pierde y llegará a un lugar donde la risa es obligada.
Si Café Kubista logra un inicio deslumbrante y sumamente atractivo, Sophie Calle protagoniza un cierre bello y esclarecedor. En Porque ella no lo pidió nos topamos con una historia que parece repetirse; no podemos zafarnos de la inquietud de las letras y de un ramalazo bartleby en un relato donde cada fragmento engloba otro y lo modifica, de forma que, (no) siendo el mismo, se superpone y crea una historia compacta (y abismal), un espacio que permite señalar en un sentido a la ficción y en otro a la vida, cuando la propuesta de Sophie había sido vivir la literatura: que Vila-Matas escribiera y ella viviera lo escrito.
«Sostenía yo maquinalmente el bolígrafo apuntando hacia las cosas. Cuando me di cuenta, lo desvié de inmediato en otra dirección, en la que no había nada.
Peter Handke, El peso del mundo»
Creo que, después de todo, lo mejor que podría decir es simplemente que se lea. Que se lea mucho.
Nacho, visto lo visto no me queda otra que acercarme a la primera librería de guardia a por literatura de Enrique Vila-Matas. Saludos y recuerdos para todos.
ResponderEliminarCasi seguro que no te arrepentirás. Un abrazo.
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