jueves, 19 de junio de 2014

«Barba Azul», de Amélie Nothomb




Nothomb Nothomb Nothomb. No sé, me atrae mucho, me gusta la sonrisa punzante que se dibuja casi en cada página, aunque a veces no llegue a ese punto álgido que se espera (otras veces sí, conste). A veces da la sensación de que ha dejado la estructura hecha y le faltan cosas, aunque quizá después parece que no, que está todo, que tiene que ser así, que la línea empieza y acaba y tiene esa longitud y no otra.
Saltando con osadía sobre el relato de Perrault, Nothomb lleva de la mano a una joven en busca y captura de alojamiento y cuyo destino parece configurarse junto a un español que lee a Llul y las actas de la Inquisión, que vive por encima del lujo, que no sabe mentir, que disfruta de los colores, del desvelo, que colecciona mujeres en un cuarto oscuro abierto pero al que, advierte, no se debe pasar. Ya tenemos el asunto montado. La muerte como forma de perseguir el arte, o algo así. Como algo natural, claro.

—La misión del arte consiste en completar la naturaleza y el papel de la naturaleza consiste en imitar al arte. La muerte es la función que la naturaleza ha inventado con el objetivo de imitar la fotografía. Y los hombres han inventado la fotografía para captar la formidable imagen detenida que constituye el instante del traspaso. Hay motivos para preguntarse qué sentido podía tener la muerte antes de Nicéphore Niepce.

Ironía y devaneos metafísicos, humor muy a lo Nothomb, rapidez, sagacidaz, una ceja levantada, una tensión que se va forjando entre ambos protagonistas y que va adquiriendo algunos matices curiosos. Bien, es verdad que puede tener sus fallas o vías de escape, pero sigue siendo Nothomb. Hay algo que palpita detrás de cada página, que hace sentir que hay vida detrás, una idea, una intención. No me parece de lo mejor que tiene, pero tampoco hay que dejarlo pasar.

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