viernes, 13 de febrero de 2015

«En el camino», de Jack Kerouac



   —En otras palabras, tenemos que ponernos en movimiento, guapa, como te digo, porque si no siempre estaremos fluctuando y careceremos de conocimiento o cristalización de nuestros planes. —Entonces yo me largué.


   Era una parada obligada, demasiado la había retrasado ya. Pero es difícil escribir sobre ciertos libros, más aún si estos pasan a ser —de forma no demasiado razonable, no demasiado crítica, si acaso— algo más que un mero libro; entonces el afecto impide lanzar una mirada más o menos distanciada y objetiva y parece que la valoración pierde fuerza. Con todo, lo hago porque no deja de ser una obra clave que, además, trae consigo un poco de esa ilusión de libertad que casi justifica el apego que tantos lectores pueden tenerle y entre los que voy —quizá con algún leve reparo— a incluirme. De alguna manera parece que, sobre todo en determinados contextos y a determinada edad, uno tiene que salir de este libro con un impulso, con ganas de algo, mejor si es con ganas de romper con algo y de seguir avanzando. Porque, aunque la generación beat tuviera su momento en los años 50, da la impresión de que en toda época algunos guarden la esperanza de poder enarbolar el emblema o símbolo que les una y les identifique relativamente al margen de lo clásico, de lo encorsetado. Sentirse parte de algo, darse cuenta de que algo no va bien o de que las aspiraciones personales encuentran un freno en lo establecido, avanzar sin muchos obstáculos, arrojarse al mundo; algo así, creo. Casi diría que si eso no ocurre —si ese impulso o esas ganas de algo no se hacen presentes— Kerouac y los suyos habrían fracasado (aunque igual el fracaso sea parte del proceso, no sé).

   Los arranques impetuosos, los viajes, la velocidad y el vértigo, los excesos, la improvisación, el alma del jazz, la falta de horizonte definido, la poesía —la lírica— y la música, un aire romántico, la estética de la indigencia, la necesidad de estar en movimiento...supongo que todo gira en torno a un cúmulo de reacciones, acciones y negaciones, una vorágine de estímulos de la que nace la motivación. Una forma de estar en el mundo (en ese mundo) de forma pasajera; me temo que no es tanto la expresión de un carpe diem como de un tempus fugit, pero de uno muy personal. El final no es algo lejano ni una quimera, y uno se mueve consciente y precisamente en función de ello. La huida es necesaria y se hace de forma más o menos consciente; hace falta un lugar, otro lugar para vivir, y ese lugar parece estar en el tránsito, en el trayecto o en la frontera entre lugares seguros. Entonces el interés reside en estar en el camino, en asaltar la vida casi como si fuera un botín de guerra y como si las reglas fuesen pocas o no las hubiera, y hacer todo eso con la energía de la carretera y el deseo experimental.

   En la novela —si ésta ha de ser esa figura clave en su época y en el movimiento que representa y si se inscribe en un contexto relacional más o menos amplio— tendrá que tener el poder la acción venida del cansancio, el movimiento, la actitud que surge frente al estatismo y al todo está bien. Es un torrente de vida y creatividad ininterrumpido, que siempre avanza y que encuentra en ese avance el motivo del viaje. Se acabaron las reglas, lánzate ya, es la única salida posible, parece decir Kerouac. Tanto en la vida como en la narración de la propia vida. Se acabaron las fórmulas establecidas, lo formal y la permanencia en el bien y en la seguridad y se acabó pensar en ese tipo de vida con nostalgia, porque es verdaderamente realizable y se aleja de la ilusión paralizante e inmóvil. Mientras algo de eso viva, merecerá la pena estar en el camino.


2 comentarios:

  1. Me vas a perdonar, Nacho, pero no soporto a los Beat. ¿Qué quieres que te diga? Todo ese rollo de la ataraxia, el idealismo y el buen rollo, pero es una gran mentira. Kerouac me parece un narrador desordenado y del montón: cuenta historias y no finaliza ninguna. Es la sensación que a mí me dejaron tanto En El Camino como Vagabundos del Dhara. Lo que sí que elogio es tu capacidad para escribir. Un abrazo, tío. Comparto la entrada.

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  2. Ya, lo comprendo. De ahí en buena medida lo que decía del apego no demasiado racional. Puede hacerse algo cargante, según cómo se mire.
    Gracias por pasarte.

    Abrazo.

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