Fue. Nunca volverás a ser. Recuérdalo.
Cuando todo ha acabado, o cuando una etapa ha cerrado sus puertas, queda el resorte del recuerdo para revivir lo pasado, escribirlo y asimilarlo.
En la primera parte del libro, Retrato de un hombre invisible, hay un magnífico despliegue del carácter del padre del propio Auster y de las circunstancias que —al menos en buena parte— le llevaron a eso. Las descripciones están tan bien dirigidas que en más de una ocasión puede que quien lea sienta de pronto que le escriben a él, o que le resulten sospechosamente familiares. Escritas con una calma y lucidez admirables, se hacen envolventes, poderosas, a pesar de venir de una inspiración negativa.
De ese vacío que ya en vida sostenía su padre con la propia extrañeza de sí mismo, de la distancia casi inevitable, se sigue la extensión de la soledad a la que alude Auster al escribir, pero una soledad de la que, como el escritor que dispone a crear, emerge compañía, hay algo. No es un reproche al padre, ni un ataque; seguramente, una forma de acercarse a él, de poner sobre la mesa lo que había y analizarlo, de resignarse de forma más o menos neutral. Es la frustración de esa distancia, de no poder alcanzar algo que, sin embargo, estaba muy cerca, pero a prueba de bombas.
Puede que el hecho de que sea un escrito para sí mismo y no tanto para el público le despoje de otros artificios formales, se desentienda, aunque no del todo, de la forma externa y tome un cariz más acogedor, más permisivo si acaso.
El Libro de la Memoria se aleja de esa sensible regresión para pasar a otra, distinta pero con semejanzas. Ahora él es padre y él analiza y se analiza. Con una serie de saltos perfectamente conectados —destaco la interpretación que va haciendo del Pinocho de Collodi hasta acabar el libro— va reorganizando las piezas de una vida, sus recovecos, sus huidas, su soledad y sus proyecciones, hasta formar un todo sin fisuras valiéndose del arma que le es indiscutible: la literatura y la propia escritura que va haciendo. De manera que Auster escribe y se escribe, lee y se lee, analiza y se analiza para acabar, al fin, en el mismo punto, para re-encontrarse y hallar un remanso de tranquilidad, de amable ajuste de cuentas consigo mismo y con la situación.
Qué bien! Ya dijiste como termina! Así no se puede, che xDD
ResponderEliminarNo te he dicho nada, es que te gusta adelantarte, boluda, já. Así al menos te vas acordando de Ignacho.
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