Que Vila-Matas tiene un trasfondo inmenso y multidireccional es algo que ya he dicho aquí, o he dejado ver con mi admiración hacia él. Lo que no había comentado es que también es humano, quizá bastante.
En estas dos breves notas tenemos un desgajo de él. No una confesión, no lo creo; eso sería señalar a otro rumbo o desviarse ligeramente del tema. Esto es más bien poner un poco las cosas en su sitio, sobrevolarlas y acariciarlas —a la vez que se muestran—, sacarlas a la luz pero no con efervescencia o pasión, igual sólo con un poco de sentido del deber o de casi compromiso con uno mismo, y con la calma que implica esa seguridad.
En Ella era Hemingway Vila-Matas asalta El gato bajo la lluvia, ayudándose (él o el profesor del cuento, já) de sus alumnos para comprender mejor ese vacío silencioso que imprime Hemingway a sus relatos, y concluye con eso que la gracia radica en la falta de misterio en sus cuentos, en la falta de necesidad de interpretar, pues puede no haber porqué. Sin embargo, sostiene certero, comprenderlo todo sería una condena, y al fin y al cabo los relatos del bueno de Hemmingway están de alguna manera abiertos, vacíos pero completos, aunque no todo se vea: la gran historia está bajo la superficie.
En No soy Auster —me gustan los títulos que se implican, que comentan la historia con media sonrisa— Vila-Matas viene a defender a Auster, al encanto de éste, a esa conexión que posee —como otros, sí— y que envuelve al lector, o al buen lector, con esa particular armonía. Él, a pesar de las risueñas semejanzas, no es Auster, y se alegra de no serlo; si no, no tendría esa referencia, le faltaría ese alguien a quien admirar, estaría solo.
Pero no está solo. No están solos.
Y menos mal.
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