El juego es divertido, o suele serlo, y este libro es un juego, aunque se hace casi necesario despojar a esa palabra de las connotaciones inocentes o bondadosas (quizá de la bondad que arrastra la inocencia) que suele tener.
Nos encontramos en esta suerte de novela con una conspiración en los años veinte, una sociedad secreta compuesta por un elenco de escritores y atistas y personajes —Duchamp, Benjamin, Fitzgerald, Larbaud, García Lorca, Dalí....— que comparten cierto carácter, una forma de vida. Inquietos por mantener esa personalidad que propicie la liberación de dificultades y ataduras varias, tienen ciertos requisitos: que la obra de cada cual fuera ligera, portátil, vaya, y (...) permanecer soltero o, al menos, actuar como si uno lo fuera, es decir, funcionar como una máquina soltera(...).
Aunque no indispensables, se recomendaba también poseer ciertos rasgos que eran considerados como típicamente shandys: espíritu innovador, sexualidad extrema, ausencia de grandes propósitos, nomadismo infatigable, tensa convivencia con la figura del doble, simpatía por la negritud, cultivar el arte de la insolencia.
Es probable que no haya un motivo para formar esa sociedad, que no haya motivo real, vaya. Puede que después de todo la literatura sea el velo que los une y los separa. La conspiración debe tener un objeto, pero igual es una conspiración sobre la conspiración.
Bueno, pero qué hay detrás, aparte de la puesta en escena. Supongo que esa idea de lo ingrávido, la búsqueda de lo extraordinario (pero sin querer tocarlo del todo, por si acaso), o quizá sólo del afán por encontrarse y huir para lograrlo, aunque no se sepa muy bien adónde, ni se sepa bien si pasará realmente algo. La huida de los propios fantasmas y su posterior asunción, aunque sea con reparos. Es el querer mantener una forma de vida cómoda y ágil (sobre todo ágil) y cobrar sentido al fin y al cabo guillotinando eso mismo, porque para que esa entidad secreta realmente sea tal y tenga relevancia, al final hay que destaparla, hay que darla a conocer y disolverla. Hay que tirar de un lado del mantel y moverse, hay que hacer algo.
Es divertido —a veces insultantemente divertido— pasear por esas páginas y ver cómo Vila-Matas hace y deshace, cómo crea personajes o personalidades, o los escribe y exterioriza.
Una novela para perderse en ella, pero no del todo. Y si uno se pierde, que vuelva al punto cero.
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