viernes, 7 de agosto de 2015

«El caballero y la muerte», de Leonardo Sciascia



   Sciascia es un maestro de la precisión y de la lectura de los acontecimientos. Sabe ver la realidad con una lucidez asombrosa, casi en clave de novela policíaca. Diría que incluso se anticipa a los movimientos que han de darse y acierta a ordenar la investigación y a mostrarlos, a abrir y facilitar el paso al entendimiento para ver con mejor claridad los defectos y huecos de la política, de las relaciones, de las ideas, de la vida.

   Esta novela tiene como trasfondo, casi como metáfora, el grabado El caballero, la Muerte y el Diablo, de Durero. Con él siempre presente, Sciascia construye su historia. Un abogado ha sido asesinado, parece, a manos de quienes se hacen llamar "Los hijos del 89", y el Vice se adentra en la investigación sin dejarse guiar excesivamente por su superior, cosa prácticamente esencial en un protagonista de Sciascia. Carga con cierta desfachatez un cáncer terminal; es un tipo escéptico, consecuente, culto, preciso, elegante, capaz de ver un suceso desde distintos saberes para acabar desvelando el misterio, en la medida de lo posible y sólo en la medida de lo posible: es una imposición radical, a distintos niveles. Va a desvelar, al mismo tiempo, conforme avanza la investigación —en la que caben asuntos éticos y estéticos, legítimos y no tanto, todo sombreado por el terrible ejercicio del poder, la ironía del caso, que es al fin la ironía de la vida, la podredumbre, las certezas que son como son y (casi) no pueden ser de otra manera, a menudo confusas, certezas a veces inexplicables o incomprensibles que Sciascia retrata a conciencia y sin tapujos. Quizá incluso, un poco más lejos del tono de novelas anteriores, con algo de desesperación.


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