Brecht es de esos tipos raros y necesarios —maravillosos, genuinos, auténticos— que escriben como si fuera fácil, y que lo hacen como sólo ellos podrían hacerlo. Brecht escribe haciendo suyo el lenguaje y poniéndolo a su servicio, a veces incluso de forma insultante, y el resultado es admirable. Poner a su servicio el lenguaje podría ser peligroso: uno puede confundir la revolución del lenguaje y el lenguaje de la revolución; Brecht está en el segundo punto, pero reconocer su compromiso noble y coherente con la sociedad y con la historia es tanto como pensar que va por el buen camino y que las herramientas que usa y los fines a los que aspira son del todo legítimos. Entonces uno lee a Brecht situándose en el convulso siglo XX, en las huidas, en el exilio, en la compleja realidad humana, en la guerra, en la turbulencia de ideas, en un espacio fragmentado; situándose, sobre todo, con el oprimido, con el que lleva consigo algún peso impuesto; entonces la voz de Brecht se alza sin esfuerzo sobre el ruido y uno entiende mejor cuál puede ser el camino de la liberación, uno entiende que ese compromiso político tiene algún sentido que hoy parece perdido, que sólo —casi sólo— la literatura puede ofrecer y que el tiempo provoca que hoy, como en tiempos, pueda hacer más falta que nunca.
En los tiempos sombríos
¿se cantará también?
También se cantará
sobre los tiempos sombríos.
"Primero destruyeron los adjetivos, después secuestraron los verbos, y al final vinieron a por el sujeto."
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