lunes, 9 de mayo de 2016

«Amuleto», de Roberto Bolaño



   Estiremos el tiempo como la piel de una mujer desvanecida en el quirófano de un cirujano plástico.


   Bolaño estira el tiempo y abre así un espacio donde hacer literatura, casi un espacio de donde emerge la literatura. Crea sus propios espacios —su propio universo literario, inmenso, prácticamente completo— como un enorme hacedor, como un demiurgo incansable, irónico, superdotado, un foco de donde parten intenciones que circulan bajo el relato y que afloran en momentos clave para anudar y seguir narrando o para acabar con la historia y dar un sentido más fuerte a todo, quizá un sentido que encuentra su fundamento en sí mismo, en la propia narración, como si no necesitara nada más, como si todo estuviera ahí.

   Auxilio Lacouture, uruguaya exiliada en México, queda encerrada en los lavabos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma cuando la policía toma la universidad en el 68, cosa que acabará en la matanza de Tlatelolco. Al comienzo de su discurso dice que ésta será una historia de terror, aunque no lo parecerá porque será ella quien la cuente, dice, y comienza así a desplegar su voz para traer hasta ese momento recuerdos de los años vividos y de las relaciones forjadas con mejor o peor destino. Bolaño retrocede y juega con el tiempo y con las experiencias de Auxilio en México, con su relación con los jóvenes poetas y con el ambiente literario, con su vida peregrina. El de Auxilio es una suerte de discurso de la memoria que se mueve entre la realidad y la imaginación (o entre la realidad y el esfuerzo por reconstruir episodios casi deliberadamente olvidados), un discurso donde todo tiene un sitio natural, porque Bolaño tiene la terrible capacidad de encontrarle a todo su lugar y de lidiar con el propio relato, a veces distanciándose y a veces perforando la superficie hasta dejar las vísceras al descubierto, según el caso. Así que Bolaño se hace con una especie de tiempo eje donde desemboca la historia anterior y de donde parte algo más, un tiempo desde donde uno puede asomarse (ligeramente) a la historia reciente de Latinoamérica o de la poesía latinoamericana y tratar de saber algo más sobre lo que se cuenta.

   Así que Bolaño pone en marcha un reloj consciente de sí mismo que avanza hablando sin hablar de uno de esos crímenes que requieren más imágenes (o símbolos o sugerencias) que palabras. Lo hace aguantando hasta que no parece razonable hacerlo, y entonces nos deja ver, como desde lejos, como encaramados a una ventana, con terrible habilidad, un cuadro de juventud y muerte. Nos acerca a la poesía mediante la poesía (o mediante la conciencia poética), y así se acaba todo.


3 comentarios:

  1. Ta ta podes ignorar mi mensaje, no había visto esta entrada. Me cuesta admitir que esta vez te me adelantaste xDD
    Lof u ;)

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  2. Hola, Nacho. El blog esta discontinuado?

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  3. Hola.
    El blog está de vacaciones; si me acerco me increpa, me dice que lo deje tranquilo, se pone arisco. Veremos si en septiembre cambia de actitud.

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