Por lo demás, la literatura no es otra cosa que un sueño dirigido.
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Cada lenguaje es una tradición, cada palabra, un símbolo compartido; es baladí que un innovador es capaz de alterar; recordemos la obra espléndida pero no pocas veces ilegible de un Mallarmé o de un Joyce. Es verosímil que estas razonables razones sean fruto de la fatiga. La ya avanzada edad me ha enseñado la resignación de ser Borges.
Es Borges, y es grandioso. Aun cuando no despliegue los caminos laberínticos y del todo maravillosos que despliega otras veces, aun cuando estos relatos se acerquen más que otros a una visión realista. Son más sencillos, más lineales, más directos, y casi todos parecen guardar algún parecido: el destino prácticamente inevitable, una tensión vital, la memoria como rescate y a la vez como alteración del recuerdo (que cruza a veces la imaginación) que se va a narrar y que es ya, entonces, un algo nuevo, pero al mismo tiempo igual a aquello que aconteció. Unos hechos que a veces, al ser recordados y contados, cambian, o encuentran alguna pieza que les da un sentido distinto. Confesiones, descubrimientos, huidas, enfrentamientos que arrastra el tiempo, duelos que apuntan en varias direcciones.
Con Borges se disfruta y se aprende. Quizá este compendio no (me) produzca tanta exaltación como otros de los suyos, pero hay que leerlo. Borges tiende a ser inabarcable.
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