Para los lectores entusiastas, lo mejor de Vila-Matas es saber o confiar en que será capaz de hallar el orificio, el ojo, el agujero, el hueco, por mínimo que éste sea, que nos permita escapar de aquello que nos tiene atrapados. Quizá toda o la mayor parte de su trayectoria haya sido un juego –un juego muy serio– en torno a esto, la consecución de una novela a través de la imposibilidad o del vacío al que nos llevó la anterior. Sucedió de forma paradigmática con Bartleby y compañía y El mal de Montano, pero parece una constante –seguramente la mayor constante– en toda su obra. Por eso es tan estimulante su lectura, y por eso leer a Vila-Matas se parece en ocasiones a un exigente juego detectivesco a varios niveles, intra y extratextual. Por eso una nueva publicación de Vila-Matas es la necesidad de plantarse a primera hora en la librería y regresar con prisa a casa para encerrarse en la lectura. Porque, hoy en día, es, sin ánimo de exagerar, de las pocas voces que continúan respirando literatura, acercándola al abismo para encontrar allí su salvación.
En Montevideo hay muchas más cosas de las que pueden leerse y que, quizá, giran en torno a una obsesión o pretexto obsesivo –el lugar exacto en el que se dan la mano ficción y realidad– que se va rodeando de seriedad e ironía para avanzar en la narración y conformar un trayecto inteligentísimo, casi completo.
La trama, como siempre, es lo de menos. Quién la quiere. Nos servimos de un narrador bloqueado al que comienzan a sucederle cosas de verdad, cosas que exigen ser narradas. Podía haber sido cualquier otro motivo. Lo excitante es lo que esto desencadena. Lo que tenemos, lo verdaderamente importante, es una idea narrada o ensayada, o un montón de ellas. Ideas que se van componiendo entre sí y que, además, a veces, muchas veces, colapsan. Y siguen –puede que gracias al propio colapso– evolucionando. Porque si algo tiene de extraordinario la literatura es que es un espacio de libertad tan inmenso que permite todo tipo de contradicciones.
Aquí hay una puerta contigua, condenada, cercana y sólo cercana a Cortázar, que lleva a otro mundo, ficticio, espeluznantemente real.