miércoles, 30 de octubre de 2013

«After Dark», de Haruki Murakami

                                          «After Dark», de Haruki Murakami



Pues sí, me estoy aficionando a Murakami, aunque, de tanto en tanto, no quede totalmente satisfecho. Pero creo que ése es, precisamente, el punto que me atrae de él. Si hace poco decía —quizá con cierto atrevimiento— que Murakami está vacío sin estar vacío, cada vez me reafirmo más en esa postura, con convicción (es que las armas de doble filo pueden atraer mucho).

Toda la historia transcurre en una sola noche, en una ciudad que se presenta como un organismo vivo, incluso como un personaje más, y vamos siguiendo los fragmentos al son de la hora marcada en un reloj. La joven Mari ha salido de su casa y está leyendo en un bar con la intención de pasar así toda la noche. Mientras, y desde hace un par de meses, su hermana Eri duerme constantemente tendida en su cama, donde encontramos un televisor desenchufado que nos ofrece la imagen de otra habitación donde, en un principio, vemos a un extraño sentado en una silla. No podemos ver su rostro ni adivinar sus intenciones; una especie de máscara le protege u oculta.
A todo esto, un joven músico y viejo y poco conocido interrumpe a  Mari en el bar y entablan cierta conversación. Más tarde, será la dueña de un love-hotel la que acuda a Mari y siga tejiendo la historia para pasar de nuevo a Takahashi, el músico.
Pasamos, como expectador necesariamente externo, que no interviene para nada y observa todo casi de forma cinematográfica, de una escena a otra: vemos a Mari y a Eri y las escenas del love-hotel y el misterio que se cierne sobre todos ellos.

Parte fundamental en las novelas de Murakami son los personajes, que tienden a tener un cierto encanto, aunque a veces sea más condescendiente que otra cosa. Pero son ellos, al fin y al cabo, los que hacen la historia, y no al revés. Con todo, ese halo de ensueño, mágico, que cubre la novela hace todo fluya algo más rápido, le da ritmo al asunto. Mari y Eri parecen ser completamente diferentes, tanto para ellas como para su familia. Se nos presentan distantes, poco afines, y, sin embargo, parecen terminar uniéndose.

La parte relativamente negativa de After Dark —ese arma de doble filo— puede ser que falten respuestas. Que, a pesar de que haya una intención de dejar cosas abiertas, puedan faltar otras por atar.

Sea como sea, la escritura de Murakami envuelve, arrastra a uno por toda la historia, con agilidad. Hay un espacio para la participación del lector, o puede que sólo sea que el propio lector deba decidir si completar él mismo la historia o dejarla tal como se nos presenta. Supongo que, si Murakami está vacío sin estar vacío, también podría decir que está completo sin estarlo, de alguna manera, sin que esto sea un incoveniente. Y si sumamos la narración ¿hipnótica? que nos lleva en volandas de aquí allá, que nos va picando y manteniendo atentos, nos topamos con un potente Murakami. 
Da qué pensar, ofrece piezas que encajar, y regala esa sensación de lectura resuelta que deja a uno con la mirada en el infinito al terminar la última línea.

domingo, 20 de octubre de 2013

«Tokio blues», de Haruki Murakami

                                           «Tokio blues», de Haruki Murakami



La historia gira en torno a Toru Watanabe, que recuerda, al bajar de un avión y a raíz de Norwegian Wood, sus años de estudiante en Tokio. Creo que eso es lo único claro que puede decirse de esta novela, relativamente. Y me explico. Hay un punto de subjetividad, de intervención del que lee. Ésta es una historia de amor, de muerte, de sexo, de viaje interior, de desengaño y de lucidez y descubrimiento. Uno podría decir que eso no es nada nuevo, y que hay muchas novelas así, y es cierto. Pero Murakami tiene sello propio. Está vacío sin estar vacío. Tiene esa narración embriagadora que envuelve a uno y ofrece la posibilidad, casi forzada, de que el lector tome parte activa en el asunto; al menos, para dar una interpretación o, mejor, significado propio a lo que lee. Es una novela que evoca.

Watanabe tendrá una especial amistad con Kizuki, y, también, con Naoko, la novia de éste. Kizuki morirá joven, a los diecisiete años, y nuestro protagonista empezará a salir (leve, tímidamente, con Naoko). Pero las cosas cambiarán no mucho más tarde. Watanabe está en una residencia de estudiantes y allí conoce a otra gente (no mucha, sólo algunas personas señaladas que le marcarán de algún modo) y conocerá a Midori y entablará una relación que irá en volandas en el transcurso de la historia.

Me parece que no me desvío mucho si digo que hay cierta similitud entre los personajes o grupos de personajes que se suceden. Es como si unos sustituyeran a otros, pareciéndose en algunas cosas y siendo completamente diferentes (o quizá estando en otra órbita) hasta que todo acabe. Hasta que Watanabe acabe sin acabar, como el estilo del propio Murakami. Lo bueno es que se hace palpable, cercana, que uno se familiariza con los personajes y las situaciones, e incluso se compadece de ellos en momentos clave, incluso cuando puede adivinarse la trama con éxito, sin que eso le reste poder.

Es bueno leer a Murakami, teniendo en cuenta aquello (ventaja o no, según cada cual) de que es de los autores que enganchan.

domingo, 13 de octubre de 2013

«Un jamón calibre 45», de Carlos Salem

                                    «Un jamón calibre 45», de Carlos Salem



Una novela negra, rápida, con vueltas y recovecos, llena de codazos cómplices, y, sobre todo, divertida.

Sotanovsky (o Salem, já), es un argentino que cae en Madrid y tiene poca cosa, pero cierto arrojo, y cuando uno tiene poco o nada que perder, parece que cobra algo más de valentía. Un tipo le dará las llaves del piso de una tal Noelia, mujer ésta que será la que haga girar toda la trama de forma inevitable; la que haga que, incluso, la trama se rompa.

Nuestro protagonista pronto se verá envuelto en un enredo considerable, amenazado por un tipo imponente llamado El Muerto y seguido de cerca por un tipo bien grande y bien estúpido, con un plazo menor de lo que querría para encontrar un dinero perdido y entregárselo, para encontrar su propio rumbo, para huir y regresar, para tomar decisiones tirando una moneda al aire y que de poco sirva, para saldar cuentas con alguna mujer incendiaria, para dar lugar a ramalazos de esa filosofía de primera línea de guerra (cuando las balas están cerca). Hasta para darle su toque poético y espontáneo y canalla.
Termina por ir cuadrando una trama bastante redonda y bien definida, donde las piezas van cayendo cada una en su sitio (aunque, para algunos inquietos, pueda quedar algún cabo relativamente suelto).
Como pega, podría decir que algunos pasajes no son necesarios, no estrictamente necesarios. Podría prescindirse de ellos y la novela no perdería, pero ¿a quién no le gusta recrearse un poco cuando las cosas se hacen bien? Ya juzgará cada lector.

Salem resulta ser muchas veces una luz entre ciertas tinieblas: tiene un estilo muy fresco, muy vivo, con nervio, risueño, dentro de lo que cabe. Y el ritmo, sí, Salem lleva el ritmo a su manera, y es otro elemento que favorece a la novela. La forma, en Salem, es, probablemente, más importante que el fondo.